22 agosto 2007

desde bilbao: triunfos de eduardo gallo y juan bautista con jandillas

Los mimbres de la tarde al final encajaron y concluyeron en una faena rebosante de temple y gusto, obra de Eduardo Gallo a uno de Jandilla, que conjugó de manera moderada las virtudes que habían enseñado sus congéneres. Fue la perfecta reunión, tan deseada como inesperada.

Sobre todo, porque en su primer turno este Gallo de Salamanca se había empecinado en enfrentarse en la distancia corta a un bravo y alegre jandilla, que acabó aburrido y agobiado del panorama tan encimista que se le presentaba. Lo mejor, la estocada cobrada al segundo intento: de libro.

Por eso y por las referencias de Eduardo Gallo, la grata sorpresa de quien sabe torear y lo demuestra. El toro en cuestión, alegre y noble, medido en varas con puyazos traseros, con son y trancos de más, en los primeros cites de la muleta calamocheó ligeramente. Sin más, el temple a la segunda serie corregía el defecto. Como una seda y despacio.

En los medios, se colocó Gallo, compuesto para hacer el toreo como mandan los cánones y por éstas que le salió, recio y templado, y como se ha escrito: muy despacio. Sonaban los olés más rotundos de lo que llevamos de Aste Nagusia. De adelante a atrás, el toreo enroscado; Gallo, el toro y la faena crecían y crecían. Primero al natural, luego también, con poder, en redondo. La estocada, casi entera, rubricó un triunfo para el que se solicitó premio de dos orejas, que al final fue una.

El precedente de Eduardo Gallo había estado en el segundo de la tarde, gran toro, de infausto nombre, Avispado, que cuajó Juan Bautista. Castaño, hondo y serio, bravo, empleándose en la primera vara, a medias en la segunda, se abrió torero alternando el toreo por alto y por bajo hasta casi ganar los medios, y ya en la primera serie en redondo consiguió detener la embestida en la muleta a un ritmo especial. Lo que es el temple de un torero que madura continuamente, aunque tenga que ser descalzo sobre el húmedo y negro ruedo bilbaíno.

La faena se mantuvo a la altura de la seriedad y bravura del de Jandilla, Juan Bautista estuvo inteligente y resolutivo cuando la casta lo requirió, y con una estocada desprendida amarró el triunfo.

El quinto saltó con enormes bríos y fue el propio matador quien se desbocó hacia el éxito, pero el tirón de una chicuelina en el galleo tumbó al toro, que seguidamente sería devuelto. Al recambio, hondo y de enorme trapío, le faltaría las fuerzas pero no buena condición. En el intentó se quedó el francés, como pagando la penitencia por el que le habían devuelto por su culpa y de nadie más.

El Juli no tuvo su tarde, y auque convaleciente en las vísperas no quiso perderse su primera cita con Bilbao. Al final, el esfuerzo realizado no cumplió objetivos. Con el jabonero que abrió plaza, pese al intento, no alcanzó acuerdo alguno, y tras dejar un contundente espadazo salió perseguido durante veinte metros tras los que el toro dobló patas arriba. Lo volvería a intentar en el cuarto, de todas las formas y en todos los terrenos, pero otra vez, no logró su propósito, y el animal acabaría apuntando hacia los adentros como evitando al matador.

La corrida de Jandilla, bien presentada, para Bilbao, siempre tuvo posibilidades. Más que ninguno, segundo y sexto. También el tercero de haberle hecho de otra forma las cosas. El lote de El Juli no se encontró, ni tampoco a él. De las cuadrillas, la de Gallo, pero sobre todo el tercero a las órdenes de Juan Bautista, Domingo Navarro, que cuajó una gran tarde con las banderillas y entrando a los quites de peligro.

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