23 agosto 2007

desde bilbao: lección de ponce, otra más, y toque de atención de fandiño

Otra vez en Vista Alegre la fiesta estuvo pasada por agua. Es un contraste que no deja de llamar la atención, el colorido de los plásticos con el negro del ruedo y el gris del cielo. Así, parece que los de El Ventorrillo echaron en falta la luz y se contagiaron de lo plomizo del panorama. Los tres primeros se encargaron de echar por tierra cualquier expectativa y costó lo suyo hacerles romper y si lo hicieron fue siempre a regañadientes haciendo gala de inequívoca masedumbre.

El primero, distraído, sin fijeza ni celo, sin embargo metía la cara con gusto. Fue suelto a la plaza montada desde la que Saavedra le deparó una auténtica encerrona en la que le dio lo suyo. Luego ya el toro tomó precauciones. Ponce lo cató, y bien, seguía metiendo la cara, se lo dejó a De la Viña que al primer lance fue desarmado y su capa colgada de la percha del toro. El desarme volvió a ocurrir, y sin duda afectó para mal para lo que vendría tras el clarinazo.

Se dobló Ponce, enseñando el camino, empapando de muleta. Por aquí es, el toro seguía a la suya, mirón y distraído. Igual daba una arrancada brusca, otra pastueña. Las complicaciones fueron creciendo hasta negarse el animal y Ponce se la echó por dos veces a la pezuña, lo dobló, y se fue a por la espada. La estocada, hábil y desprendida.

El segundo, primero de El Juli, era descarado de cuerna, rematado de hechuras pero con demasiados kilos, 582, y apenas dejó asomar al piquero por la puerta. Allí, bajo el peto se durmió. Salió flojeando y haciendo cosas de manso. Con los palos, Alejandro le sopló dos pares importantes y por eso se destocó. Fue todo a una, la ovación, el permiso presidencial, la lluvia omnipresente, el murmullo de agua va y el arco iris de chubasqueros en los tendidos. Los hay amarillos que traen mal fario y otros que son de un verde cirujano. Por dos euros te los venden niños de rasgos orientales subiendo por la Alameda de Racalde.

El toro en cuestión se había quedado en manso, con no más media arrancada y sin entrega. El Juli porfió, se tragó la mala clase esperando con la muleta retrasada y poco más. Pinchó dos veces y agarró la estocada en los blandos, sonó un aviso.

Ni clase ni voluntad tuvo el tercero, que sólo permitió a Iván Fandiño, natural de Orduña, conseguir medios pases. Estocada y descabello fueron la conclusión de un primer tramo del festejó en el que predominó la mansedumbre y la sosería.

A partir del cuarto el cambio fue a mejor, aunque salió sin chispa. Era suelto de carnes y serio. Ponce le levantó las manos en los primeros lances para ir bajándoselos conforme avanzaba hacia las rayas. Violentado al sentir al hierro, bajó del caballo a Quinta, y luego salió suelto.

Ponce lo recogió en la muleta y comenzó a apoderarse de la situación. La trincherilla final del arranque, enroscado el toro al muslo, un monumento. Intentó la ligazón de primeras, pero Campasolo se violentó. Obligaba a perder pasos. En la siguiente lo llevó largo y metido en toda la panza. Al primer intento con la zurda fue la colada, luego el natural mandón. La faena había tomado vuelo, Ponce entregado, se quedó en el sitio y ligó el toreo sobre ambas manos, y en ese exceso de confianza, el torero envuelto por la embestida al cambio de mano para enganchar el de pecho fue prendido del tobillo. Volvió y le enjaretó otra tanda. La faena había sido un auténtico derroche de poder, la concluyó de media, que acusó, y descabello. Hubo petición entre paraguas y chubasqueros que a Matías le supo a poco. Vuelta al ruedo.

El quinto era la última carta de El Juli en la Aste Nagusia y no la jugó bien. Con buenas hechuras, era brusco y llevaba la cara alta, pero llegó con pies a la muleta, con tranco bueno, dejando estar. Pero El Juli estuvo destemplado y nunca dio con la colación exacta para encelar la embestida, que no planteó ninguna otra dificultad. Pero El Juli fue incapaz de ligar dos muletazos limpios. Tras la media suficiente, Julián era el primero que sabía que se le había ido un buen toro, por eso salió cabizbajo a saludar una generosa ovación.

El sexto fue un toraco, castaño con 589 kilográmos, amplio morrillo y dos velas. Se salió del peto por su cuenta y quedó justo de fuerzas. Pero en el último tercio Fandiño le descubrió gran clase al dejarle la bamba descansada sobre la negra arena. Faena valiente, ajustada y muy despaciosa, aunque falta de limpieza. Al natural el toro embestía como durmiéndose, por eso costaba tanto templar, pero se tragaba, humillado, el trazo profundo que seguía hasta la cadera. La estocada y certero descabello dieron paso a la petición y, esta vez sí, a la oreja.

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