Ha sido ganar España y los políticos ponerse a hacer cola esperando su turno de protagonismo. Primero el Rey, luego Zapatero, que ya había vacilado con ser el primer presidente en democracia en ganar algo en fútbol y se atrevió a decir algo así como que ya había concluido la transición. Luego Rajoy, en segundo plano, se ha apuntado al papel del héroe discreto que es Luis Aragonés, que no tendrá otra que irse, por cabezón y por haberse salido con la suya. Rajoy ha comparado su locura a la de el de Hortaleza. Casi nada. Camps debe estar esperando ahora al cupo de futbolísta que le tocan: los pobres -Palop, Marchena, Albiol, Silva, Villa, e imagino que también Senna, Cazorla y Capdevila- tienen que cumplir con otra visita política y también religiosa. Sólo espero que mañana, imagino, las portadas digan ya otras cosas.
A mi con tanta euforia desatada, tanta alegría y triunfalismo. Tanta desviación política de lo que no es más que un grandísimo éxito futbolístico, a los que de acuerdo, sí, estamos poco acostumbrados, me ha venido a la cabeza un fragmento de la novela La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza. Dice así:
"Sin disumular su orgullo le mostró también las obras del Estadio. Esta edificación, agregada al plan general del certamen con posterioridad, tenía una superficie de 46.225 metros cuadrados y estaba destinada a las exhibiciones deportivas, explicó el marqués. Desde que la ideología fascista se había difundido por Europa todos los gobiernos fomentaban la práctica del deporte y la asistencia masiva a las competiciones deportivas. Con esta moda las naciones trataban de imitar el imperio romano, cuyos usos tomaban por modelo anacrónico. Ahora eran las victorias deportivas lo que simbolizaban la grandeza de los pueblos. El deporte ya no era una actividad de clases ociosas ni un privilegio de los ricos, sino la forma natural de esparcimiento de la población urbana; con esto los políticos y pensadores contaban con mejorar la raza. El atleta es ídolo de nuestro tiempo, el espejo en que se mira la juventud, dijo el marqués. Onofre Bouvila se mostró de acuerdo con esta teoría: Estoy convencido de ello, dijo suavemente."
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