Luis Francisco Esplá confiesa que se queda con tres toros, uno que no recuerdo, otro de Sepúlveda y el tal Dadito de Miura que lidió en Valencia en la Feria de Julio de 1982. Dice que es de los toros --y de esos sólo ha habido tres-- en los que mientras toreaba tenía la sensación de estar viéndose al mismo tiempo.
He ido a buscar la crónica de Joaquín Vidal de aquella tarde del 30 de julio de 1982. Tituló
Un Miura de concurso:
"Entre los muy desiguales Miura, algunos terribles de fiereza y otros lamentablemente inválidos, hubo uno de concurso. Toro de bandera el segundo, terciado, quizá fuera el más chico de la corrida. Esplá lo colocó muy lejos para la primera vara y el Miura se arrancó como un rayo, botó hasta casi alcanzar la cintura del picador, recargó contra el peto con una codicia y una fijeza absolutas. Dos veces más acudió al caballo, con la misma bravura a cambio de la barbarie que le hizo el picador, que le metió lanzazos terribles. El morrillo del toro aparecía como descuartizado, y las salpicaduras de sangre le llegaban desde la cara al rabo.Aún con tamaño castigo, se arrancó pronto y alegre en banderillas, que prendió mal Esplá, y llegó al último tercio con una boyantía emocionante. Era un toro excepcional, que exigía toreo asimismo excepcional; algo casi imposible en estos tiempos. Pero, para general sorpresa, ese toreo se produjo.
Luis Francisco Esplá cuajó aquí a mejor faena de su vida y de cuantas hayamos visto en la presente temporada. Se llevó al toro a los medios y le embarcó en series, de redondos y naturales, ligados con el de pecho, que eran de verdadera filigrana. Y luego derramó torería en los ayudados a dos manos, en los adornos, en el desplante final a cuerpo limpio.
Esplá, dando distancia, se ajustaba a los cánones eternos del parar, templar y mandar, por supuesto que sí, pero lo que singularizó su toreo fue el reposo, la lentitud, la enjundia con que embarcaba y ligaba las embestidas, bajísima la mano.
El mando inequívoco que imprimía al manejo del engaño se convertía en caricia, y el aleteo escarlata fundía en estética el irrepetible escalofrío que produce el arte de torear, cuando es puro.
Aquellos momentos de toreo exquisito a un toro de bandera marcaban la cumbre de la temporada. El público, después de aplaudir entusiasmado a Esplá, pedía con flamear de pañuelos el indulto del Miura, que habría sido antirreglamentario. Se hubo de conformar con la vuelta al ruedo, y le supo a poco.
En cambio, Esplá, no tuvo ni siquiera vuelta al ruedo pues con la espada se afligió, entró a matar cuatro veces, y perdió un triunfo que se presumía memorable."
También tienen interés las palabras del propio Esplá sobre la lidia de Dadito y que se recogen en el libro que comparte con Fabrilo de la colección Mestres/Maestros editada por la Diputación de Valencia.
"Fue un toro descolgado, con la cara pequeña... de esos ya no salen en lo de Miura. Estaba más próximo a lo de Graciliano (...) Lo recuerdo muy fiero. Le pegamos cuatro puyazos y en el último le dije al picador 'dale para matarlo, pero dale', porque de los anteriores había salido del caballo como si viniese de tomarse un vermut. Y le dio... esa fue la clave. A la salida del caballo tuve la primera sensación de que aquello podía ser algo especial. Fue como un descubrimiento nada esperado (...) Lo banderilleé mal... en ese tercio sí que fue muy Miura (...) Al tercer muletazo comenzó a embestir como andando (...) yo creo que es de los toros que mejor he toreado en mi vida."
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