05 junio 2009

esquizofrenia en las ventas ante la rebelión de luque y la buena corrida de el pilar

Una corrida interesante la de El Pilar. Buena. Tres o cuatro toros para triunfar con importancia. Dos toreros incapaces de cuajar toros de franca embestida, Uceda, pese a su espada, y Talavante. Ninguna oreja. Uno toro para jugársela sin trampa ni cartón. Un joven matador jugándose el tipo, Luque. Dispuesto a todo, que es como se debe estar en Madrid. Y Madrid, sin inmutarse.

Definitivamente Las Ventas, plaza primera en el planeta de los toros, ha perdido cualquier norte. En el camino de sus necesarios excesos ha alcanzado la esquizofrenia en vez de la sabiduria. Problema (de todos) y grande.

Habría quien, defensor a ultranza de la corridas bonitas y en tipo, no se creería que un mulo de más de 600 kilos embistiese como lo hicieron primero y segundo. O quien ante la misma ganadería de sangre Domecq no se permitiera apuntar la que es probablemente la corrida que mejor y mayor porcentaje de casta ha sacado en todo lo que llevamos de San Isidro y feria del cumpleañosfeliz --con permiso de los Palha, por supuesto.

Son cosas que se pierden en la más pura sinrazón en los tendidos de Las Ventas, fríos como el témpano pese a acumular un masa de 24.000 seres humanos de sangre colorá e incluso azulada.

Y en todo ese berenjenal a la mitad más uno, y al resto también excepto a cuatro gatos, más atentos a la sonrisa o a la metafísica del mayor de los aburdos alcanzables en un tendido, se les escapa la verdadera fuerza de ese ruedo. Esa capacidad que tiene de atrapar a un torero, cualquiera, y conseguir de él la entrega absoluta ante la máxima expresión del toro. Pasa pocas veces. Unas de manera inconsciente y otras forma cabal. Pasa muy pocas veces, pero pasa.

El último en pasar así ha sido Daniel Luque. Ha pasado por Madrid como se debe ir a Madrid: dispuesto a todo. El joven matador de toros lo sabía y así lo ha hecho con todas su carencias y su valor, rebelándose a su propia imagen cultivada de mimado del toreo, desnudándose de ella. Pero al parecer era el único enterado de cómo se va a Las Ventas. La mitad más uno de los 24.000 y el resto también excepto cuatro gatos, al parecer, no sabían cómo debe ir un torero a esa plaza. Y eso que estaban allí y si no llega a ser porque casi lo abre en canal y casi lo degüella el sexto, la minoria que se ha dado por enterada, se hubiera quedado como el resto, en su babia de cualquiera de los tantos absurdos taurinos que pululan por Las Ventas, tantos o más como tendidos hay y que han hecho de esa plaza una insoportable casa de locos cuando les da por ir a todos.

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