22 julio 2009

feria de julio 2009/ una paliza sin contemplaciones



21 de julio de 2009. Cuarto festejo de la Feria de Julio. Novillos de María José Barral (uno lidiado como sobrero en sexto lugar) y dos de Los Chopes (primero y sexto, que fue devuelto a los corrales) para Dámaso González, Luis Miguel Casares y Carlos Durán, que fue volteado en su primero sufriendo una fractura de Colles en la muñeca derecha.
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El aficionado está avisado. Sabe que en cuanto se descuide una corrida de toros o una novillada, como era el caso, le sentará al cuerpo como una paliza sin contemplaciones. No vimos nada, nos aburrimos como ostras y salimos de la plaza baldados. También los incautos que venían de paso o los y las turistas. La tarde fue inmisericorde para con todos, aunque quien peor parte se llevó fue el valenciano Carlos Durán. Se empeñó en cambiar el signo, pero el guión de la tarde estaba escrito por el peor guionista del mundo y lo que iba para triunfo acabó en fractura de Colles (una fractura distal del radio, con desplazamiento hacia dorsal y radial) y mes y medio en el dique seco. Una putada, con perdón.

Delante de mí, dos italianas aguantaron como dos campeonas hasta la lidia del tercero sin abrir la boca, sólo contándose entre ellas sus cosas, y observando con atención la más absoluta nada. Evidentemente, no había qué les sorprendiera. Por entonces servidor ya había mascullado entre dientes unas tres o cuatro veces "pero qué tarde nos espera". La intuía. La veía venir.

Primero con el remiendo que rompió plaza de Los Chospes, un colorado alto, enmorrillado y silleto que se movió, cuando le dio por moverse, sin gracia ni casta y ante el que Dámaso González sólo pudo dejar claro que cada día intenta emular más al padre y poco más. Y luego ya salió uno de Barral muy pobrísimo de cara, pero con kilos y una musculatura que de poco le sirvió para tenerse en pie. Las fuerzas y la casta las llevaba por los suelos y Luis Miguel Casares anduvo poco brillante, más bien espeso, y alargó el suplicio.

Las cosas parecían no tener remedio, que no lo iban a tener, y más cuando asomó el tercero, también de María José Barral, con una cabeza infame que en una plaza de primera no cuela ni por mucho desecho de tienta que sea. Se llevó las protestas y ya de paso, y tal y como van los ríos de tinta esta feria, que de eso ya hablaremos, hubo quien también se acordó de la empresa.

Pero el protestado novillo empezó a meter el hocico con clase y nobleza, cuando las italianas seguían atentas y a lo suyo, Carlos Durán se puso a torear con gusto en los mismos medios y de repente empezó a sonar la música. Pero ahora qué pasa, preguntaron las italianas ante la novedad, cómo es que la banda se ha puesto a tocar, pero esto qué es. Y la verdad es que sí, descartando que las chicas del país de Berlusconi y el Papa de Roma hubiesen tenido tiempo de captar la música callada del toreo, porque de eso no hubo, más bien música de bostezos, la tarde parecía despertar. Al son del pasodoble Durán toreaba con la diestra con gusto y clase, sin tirones, temple y cierto empaque, y también con la zurda. Se veía reposado y disfrutando de la noble embestida del tal Desgreñado, hasta que empezó a pararse y a buscar los adentros. Pero la feana tenía que continuar aunque al novillo no quisiera pasar y en esas buscó el recurso del circular, y en ese instante que le perdió la cara, ¡zas!, voltererón y caída con la tan mala suerte de fracturarse la muñeca derecha. Imposible seguir, Durán se agarraba el brazo de camino a la enfermería y su rostro en llanto era un poema.

El peor guionista se había empeñado en torturarnos. González acabó con el tercero, a Durán se le pidió la oreja y Casares tendría que lidiar al siguente, el cuarto. Y Casares, hijo de Justo Benítez, siguió en su espesura, mostrando apenas nada de la ilusión que nos provocó en Fallas y de la buena voluntad no pasó ante el bonancible, alegre, aunque descompuesto en su larga embestida novillo de Barral. Ante cierta util calidad, Casares no pasó de la buena voluntad.

La novillada ya no tenía remedio, uno no sabía cómo ponerse y sólo cabía esperar que alguien pitase el final. La banda por su parte ya funcionaba con el piloto automático y la empredía trompetazos cuando se le antojaba. Y el respetable intentaba enseñar la bandera de la rendición mientras la paliza seguía y seguía. Descastado el quinto, para Dámaso, otra vez un vago recuerdo del padre y ya. Y el sexto, otro remiendo de Los Chospes, para postres, era devuelto al corral. Las italianas, que milagrosamente aguantaban el tostón, volvieron a preguntar qué pasa y cuando vieron aparecer la parada de cabestros se llevaron una alegría. Me alegro por ellas. Lo que pasó después es que Casares se empeñó en hacerlo más largo todavía y hasta la banda la empredió de nuevo cuando los tendidos estaban derrotados de aburrimiento. Tres o cuatro levantaron la levantaron la voz al de la batuta, pero ni caso. Allí estaban todos conchabados en propinarnos una paliza sin contemplaciones, y lo consiguieron. Menos mal que hoy sólo hay desencajonada.

1 comentario:

Unknown dijo...

Buena crónica Andrés.Hoy coincido contigo.
Si este es el futuro novilleril, vamos ¨apañaos¨.
Cómo sus oponentes.Sin nada dentro.
Saludos desde Castellón.