La tarde empezó con una ovación merecida al primer novillo con el hierro de Martínez Pedrés por su presencia, seriedad y trapío. Un bellezón de toro. O como se dice: menudo pibón. Un lujo que no fue sólo fachada. Se llamaba Macareno era de pelo negro, pesaba 458 kilos perfectamente repartidos, llevaba el número 16 y había nacido en abril de 2006. Un novillo muy toro.
De su comportamiento, nobleza y bravura a partes iguales, lo más importante la seriedad en todo lo que hacía. Como un toro. Fijeza y largura en la capa, en el peto hasta derribar y pese a que le habían endiñado una vara trasera; pronto en banderillas y rebosante en el último tercio. Su novillero, Pedro Marín actuó con corrección y ya hizo bastante con no tapar cualidades del novillo y no naufragar estrepitosamente ante la exigencia. Así, le dio distancia en los medios, temple y dibujo de trazo largo en el toreo en redondo. Por el pitón zurdo Macareno se le coló y luego lo cogió de fea manera. Volvió, pero ya el epílogo fue para el toro . Se destempló el torero y luego llegó un pinchazo, aviso y descabello. Y a Macareno lo despidieron con otra ovación.
El principio no podía ser mejor. Pero el segundo lo complicó. Hecho una sílfide, avacado desde el hocico a la penca, con un cuello fino, largo y ágil, tiró a dar siempre por el izquierdo descaradamente hasta que tomó cuerpo que se tratará de un problema de visión y fue devuelto. En su lugar salió uno avanto hasta que sólo el capote manejado por Alberto Martínez logró encelarlo. José María Arenas quedó en meras intenciones ante el geniudo ejemplar de Pedrés: por banderillear al estilo Fandi y jugar al toro con los palitroques por poco se llevó un palo serio tras salir prendido del tercer par; de ligar en los mismo medios en un palmo de terreno aunque sólo fuesen tres y en la primera serie; pero ahí quedó, fue a menos todo y ya ni hubo acuerdo ni un convencimiento claro en lo que había que hacer.
Por entonces parecía que no, pero una hora para dos toros había transcurrido; una y cuarto sólo sería necesaria para el resto, merienda incluida que en Albacete no es pequeña precisamente. Salía la raspa en tercera posición, pero hay que ver como embestía: con el hocico por abajo, vibrante y casi tocando con el vientre el albero. Miguel de Pablo aguantó el tirón desde sus escasez en casi todo, que ya es bastante. Era otro novillo exigiendo. Humillaba, pero tras el remate era pegajoso. De esos que nunca se van y siempre están encima una y otra vez. Era necesario mandar en cada muletazo, pero De Pablo debe saber que ese novillete no le complica las cosas sólo a él, sino también a mucha figura mediática o no tanto.
El cuarto se ventiló dos capotes de Pedro Marín y le birló una vez la muleta. Eso son tres datos de que no se le dio la lidia adecuada al novillo, que bien es verdad que embestía con el freno de mano echado y tampoco le sobraban las fuerzas, pero un combi de todo resultó que el novillo desarrolló demasiado y ya dejó clara la conclusión de que la novillada estaba siendo pesimamente lidiada y que los de Pedrés se estaba reivindicando en cuanto tenían ocasión casi siempre para mal, excepto Macareno, que era un superclase.
Y así venían las cosas que Arenas siguió sin confiarse ante otra embestida a la que había que someter como la del quinto. Y el sexto, ovacionado también por su presencia al asomar, se hizo amo y señor y campó a sus anchas por el ruedo, un laberinto de capotes sin orden ni concierto, tomó una buena vara y se encontró con un Miguel de Pablo que lo intentó por la vía más efectista, que qué menos. Nunca se sabe por cual de los caminos se llegará, pero alguien debería advertirles que de vez en cuando una novillada como la de Pedrés les puede exigir algo más que ponerse bonitos y que puede saltar un lujo de toro como Macareno.
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