*La sinceridad ante todo. Jamás creí que aguantase una corrida de rejones soportando un serio aguacero. Lo mejor de la tarde fue ver al final de todo el arco iris, pero pese a todo fui capaz de escribir la crónica que sigue más abajo.
Se prometía muy feliz la tarde con un lleno a rebosar. Es el poder de los rejones con Hermoso de Mendoza –que sólo pudo matar, porque por una lumbalgia se vio obligado a pasar a la enfermería–, Fermín Bohórquez y Leonardo Hernández, que, pese al cambio de la ganadería anunciada de Benítez Cubero por una de Luis Terrón, daban a la plaza una espectacular imagen con los tendidos totalmente poblados. Pero de pronto asomaron los cárdenos nubarrones y los malos presagios se cernieron cuando el segundo toro pisaba el ruedo.
La fiesta con Hermoso de Mendoza en plena actuación se puso a remojo y el diluvio fue inmisericorde para con todos. Respetó a los tercer y cuarto toros, y con el quinto ya no tuvo clemencia y la corrida no tuvo más que suspenderse haciendo caso al sentido común, aunque los aficionados ya a remojo no tuvieran inconveniente ver el último toro del encierro.
Agua va, gritaron los cielos y allí nadie quedó a salvo. Porque ya se sabe, conforme iba cayendo el estado del piso se complicaba para toros y, sobre todo, para caballos y rejoneadores. En una corrida de rejones el agarre de las cabalgaduras es fundamental, y más conforme tienen por costumbre ajustar los tres caballeros en cartel a la hora de hacer quiebros, cabalgar a dos pistas o ceñir piruetas en la misma cara de los astados. Y la primera tromba, la que cayó en el segundo, dio un respiro en los dos toros siguientes al piso de plaza y a los paraguas y chubasqueros que no daban abasto.
Hasta el momento, Fermín Bohórquez había dado una lección más de su doma académica. Anovillado el ejemplar de Terrón y frío de salida, Bohórquez enceló con temple y sin tirón alguno. Porque no será el rejoneador jerezano el más espectacular, pero sí uno de los más académicos y eso se nota a la hora de administrar a sus oponentes. Los va ahormando, les va sacando sus virtudes y cuando menos te lo esperas, a lomos de Sinfonía suelta la cintura y clava reunido a dos manos en todo lo alto. Así ocurrió y su primera faena hubiera merecido premio de no ser por el feo rejonazo con el que finiquitó al animal.
La peor parte del festejo se la llevó el navarro Pablo Hermoso de Mendoza. La meteorología no tuvo en cuenta su estatus de figura máxima del rejoneo y además tuvo la mala suerte de que cuando intentaba enlazar una serie con banderillas cortas por lo adentros, se vio en el lance de no encontrar toro con el fastidio de que le crujiese la espalda y le atacase la lumbalgia que tantos quebraderos de cabeza le da últimamente.
La faena de Hermoso, en la que destacaron como es costumbre Chenel e Ícaro, estuvo empañada por la lluvia, el trajín de paraguas y chubasqueros en las gradas, la ostensible flojera del de Terrón, que como sus compañeros de camada tenía poca presencia y no superaba los 470 kilos de peso, y el fallo con el rejón de muerte con el estellés ya lesionado.
Fue pasar Hermoso de Mendoza a la enfermería, y el cielo dar una tregua para que el Leonardo Hernández diese ejemplo de su insultante juventud y valor. Con banderillas se pegó un auténtico arrimón. De costa a costa, citaba de largo, clavaba en los mismos medios esperando una enormidad y al toro se lo llevaba enganchado al estribo cabalgando a dos pistas. Lo repitió en varias ocasiones pese al mal estado del piso, que le jugó incluso alguna mala pasada al asumir riesgos sólo al alcance de los que quieren ser gente esto. Por suerte, con los derrotes que le lanzó el toro o cuando se vio a merced entre las tablas y el animal, no ocurrió nada que lamentar y el torero todavía se estimuló más todavía para culminar su actuación con tres emocionantes banderillas cortas al violín. Pero luego echó por tierra su labor con un rejonazo trasero y dos golpes de descabello.
El cuarto fue frío de salida y Fermín Bohórquez tuvo que clavar dos rejones de castigo para ver si espabilaba, pero como que no. Los auxiliares, tan menospreciados en los festejos de rejones, hicieron con sus capotes la labor de sujetar al animal para que no se aquerenciase más todavía. Y Bohórquez puso el resto hasta de nuevo hacer demostración de doma y poder y clavar a dos manos, siendo esto lo más destacado de su actuación. El borrón, de nuevo, con la muerte ya que descordó al toro.
Y como Hermoso andaba en la enfermería, se corrió turno. Salió el que estaba reseñado como sexto para Leonardo Hernández, que ya tuvo que cabalgar con el diluvio final que daría al traste con la corrida en su penúltimo episodio. Un toro feo de hechuras y descompensado con sus 577 kilos con el resto de la corrida. Se jugó el tipo de nuevo esta vez con Amatista haciendo piruetas de alto riesgo, y más conforme estaba el piso. En una inverosímil por los adentros resultó cogido sin consecuencias y remató su actuación con un recital de tres banderillas al violín. La altura de la faena se estropeó de nuevo con los aceros y ya no quedaba sitio para más. La lluvia se había encargado de dejar impracticable el ruedo, y lo que se antojaba una tarde de expectación y triunfo, acabó a remojo.
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