28 septiembre 2009
josé tomás y barcelona, otra vez el toreo auténtico
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Barcelona fue otra vez de José Tomás y lo será por siempre. Porque de las arenas de La Monumental catalana brota su toreo, y es sobre su tapate donde su compromiso va más allá de su entrega frente al toro, porque José Tomás abraza en Barcelona toda su historia y tradición taurina y la levanta ante la iluminada sinrazón de los advenedizos políticos nacionalistas que tratan de construir la amanerada Catalunya, una Catalunya, la que se les antoja. Y se rompe José Tomás, torerísmo, en ese acto puro, sincero y verdadero, y sacude las almas y las prende y las revuelve y las eriza y las pone a volar.
Porque el arte verdadero impregnado de valor hasta las trancas revoluciona hasta lo inmaterial y no deja de sorprender, pese a haberlo soñado cientos de veces. Barcelona y José Tomás, otra vez.
Torería lo llaman, aunque en el fondo debe ser mucho más.
Y con una suerte, milagro o casualidad arrancó todo: el primero por flojo o descoordinado fue devuelto y salió un sobrero también de Núñez del Cuvillo de lujo. Faena cumbre rebosante de temple desde el mismo inicio. Verónicas a pies juntos sedantes. La violencia inmersa en el vuelo de la capa salía dominada. Una tras otra hasta superar los medios. Lidia exacta, sin excesos ni exabruptos. Quietud, valor, inteligencia y temple. Por ayudados por alto en los medios y sus remates obligados por abajo el inicio. Y la primera serie en redondo ya fue plena de emoción. Ligados los muletazos en una baldosa, ajustadísimos, la muleta presta por delante y el compás sólo entreabierto. Vertical, el torero girando sobre su propio eje, la muleta baja y mandona. Uno tras otro mandando el galope de la embestida. Otra serie más, ramantando en la cadera, atrás, y el toro haciendo así, el avión, ladeando la cabeza, persiguiendo con sus pitones la tela que volaba y lo hacía cada vez más despacio, cada vez más lejos, cada vez más baja.
Entendimiento total. El toro recrecido. Aumentaba la distancia, mayor galopada alegre del animal, abría el torero más el compás y se alargaba cada muletazo hasta hacerse prácticamente eterno. La faena ya era un todo monumento en redondo, cuando los naturales vinieron a multiplicar la belleza si es que alguna vez el toreo fue cosa de las operaciones matemáticas. Una trincherilla, y la muleta a la cara, relajada sobre la arena. Suave. La verticalidad de nuevo en José Tomás. Y así, primero en corto y asentado en sus riñones, haciendo el trazo breve, pero mandón, con el toro metido. No hacía falta más que un palmo de terreno y una muleta de toque leve y la armonía del pecho y la muñeca y del torero con el toro. Como si nada, ya lo dice el nombre de la suerte: naturalidad.
Luego, la muleta más adelante, la magia del natural largo de cintura rota. Y ese cambio de mano por la espalda mágico y ligado con el natural, ahora, a pies juntos, y para rematar el toreo por abajo rodilla en tierra torerísimo y sin ventajas. Como la estocada, cobrada como asumiendo el último riesgo para alcanzar la gloria y compartirla con Barcelona. Y esas dos orejas logradas tras su mejor faena en La Monumental, desde la reaparición en 2007, a un toro de Núñez del Cuvillo premiado con la vuelta al ruedo.
Sin duda, fue el mejor de una tarde en la que predominó el toro de casta y raza, pero escaso de presencia. Salvo el primero y segundo, el que fue devuelto, el resto estuvo muy justo por delante y las hechuras resultaban más bien anovilladas. Fue lo que le faltó a la tarde, la presencia del toro, no así su comportamiento pues la gama fue amplia en cuanto a condiciones y exigencias.
El tercero fue otro toro importante, con muchos pies y que apretó lo suyo en varas. Morante lo intentó de salida y alguna verónica de la casa derramó, pero el toro sacó muchos pies y por un momento pareció que la cosa se le hacía cuesta arriba al de La Puebla, y más tras la revolución de José Tomás. El comienzo con la muleta, sin mando, no fue bueno, y así le costó encontrar las distancias y el sitio a un toro que embestía galopando. Pero de repente, lo enganchones se esfumaron, la arrastró por abajo, que por el único sitio por donde embestía el animal, y puso gruesos pellizcos de lo mejor de su toreo. Al natural imperfecto, primero; luego en redondo. Fue ese Morante que se descarga todo sobre sí y torea como el que vive o respira. Cuajado el derechazo, se quiso quitar la espina con la zurda y lo hizo. Había conseguido rozar la altura dejada unos minutos antes por José Tomás, pero le sobró también por detrás una serie de más cuando ya el toro estaba rendido al toreo anterior. El espadazo certero y la lesión en la mano el pulgar de la mano izquierda, y una oreja.
Julio Aparicio, entonces, mataría tres toros --primero, cuarto y sexto-- y exceptuando dos o tres verónicas y un intento con su primer toro, por lo que fue ovacionado, el resto de la tarde anduvo demasiado desconfiando y acabó por poner solamente el contrapunto al triunfo de la tarde en forma de dos sonoras pitadas.
Las grandes ovaciones se las llevó, cómo no, José Tomás, que de nuevo con el quinto volvió a comprometerse de corazón con el toreo y Barcelona. Asentado en las afueras, como proclamando de La Monumental si alguien me quita que sea este que me embiste; nadie más. Se atornillo y cuajó espatarrado la verónica y remató con una gran media. El del Cuvillo manseó siempre marcando la tendencia de los chiqueros e incluso costó llevarle a la contraquerencia en el tercio de varas. Pero José Tomás, más irresistible que nunca, lo obligó a cruzar la plaza por dos veces. La segunda tras un quite por ajustadas verónicas a pies juntos a cual de todas mejor, y tras la revolera de remate llevarlo a punta de capote hasta el picador.
Ni que decir que la plaza obsevaba embelesada y como un resorte al mínimo detalle se elevaba, se ponía en pie, se rompia a aplaudir. En la faena, el que era manso aguantó la propuesta planteada por José Tomás en los mismos medios. De primeras con la zurda a media altura y salvando leves y molestas protestas, hasta que se la echó abajo, y se quebró por la cintura y sometió. Logrado, cambió a la diestra y fue más y mejor. Antológico el de las flores ligado con un circular, pero como lo que siguió fue enganchado volvió por naturales.
Naturales a pies a juntos en una colección en la que conforme se sucedían más duraban en el tiempo y que acabó por decantar la balanza y confirmar que José Tomás lo había vuelto a conseguir, que el triunfo estaba ahí, que en Barcelona había prendido la llama una vez más del toreo. Pero se tiró a matar al manso en los medios y como no era el sitio, pinchó, y la bendita ocurrencia posterior fue dar una serie de manoletinas al ralentí. Entre una y otra el torero giraba más lento imposible, como si tuviese un mes entre una y otra, como si el toro no quedase a su espalda... y lo devolvió a sus terrenos, le dio salida hacia toriles y remató una de sus más grandes tardes en Barcelona, que es donde siempre emana el toreo de José Tomás, el toreo auténtico.
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1 comentario:
Dios que suerte has tenido de verlo!!!!
Hay qye reconocer que lo JT con Barcelona tiene mucho mérito. Ojalá no acaben con ello...
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