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La corrección de Andrés González --ya como para pensárselo-- y Luis Miguel Casares, se borró del mapa conforme Juan del Álamo, que venía cubriendo una sustitución, se abrió de capa. Zas y zas, dos verónicas, dos más mirando a las alturas, una revolera, y el público en pie; un galleo por chicuelinas, un quite conforme mandan los cánones, sacando al toro de frente por detrás y luego el toreo de trazo largo y mano baja. Este del Álamo tiene muchas cosas: valor, temple, carácter, y sobre todo una personalidad sui generis. Parece un diamante en bruto arrebatador y capaz de todo, pero con mesura. Sin duda es el mejor proyecto de torero que uno ha visto esta temporada, y en plena vorágine como le puede llegar a pasar a quien echa la pata pa'lante --porque eso también hay que decir que lo hace--, cayó herido en un exceso propio de un novillero.
La novillada de Los Chospes tuvo cuajo y presencia, y a partes iguales falta de casta, mansedumbre y el desarrollo de una intenciones que les lleva a tirar a dar cuando la cosa no viene a cuento y en apariencia lucen comportamiento de babosas. Aunque también hay que decirlo, tuvieron alguna buena arrancada e incluso embestidas bruscas y emocionantes pero poco duraderas.
Por comparación, ya queda dicho, Del Álamo arrasó con todo lo sucedido con sólo abrirse de capa, cortó una oreja y el maldito puntazo dejó la tarde huérfana de intereses. Andrés González había cortado una oreja por una labor bien planteada, templada, pero ausente de empaque, alma y más cosas. Luego, el cuarto lo desbordó y el sexto, que se derrumbaba, lo dejó estar.
Luis Miguel Casares destacó en el quinto cuando se sobrepuso a las brusquedades y se metió en acto sincero entre los pitones, cobró una buena paliza y siguió, que lo que más mérito tiene. El primero lo llevó más ajetreado y no fue capaz de centrarse.
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