12 enero 2010

con todos ustedes: bastonito y césar rincón

Vía :: Alle cinque della sera | Lidia y muerte de 'Bastonito', toro de la ganadería de Baltasar Ibán, por César Rincón el 7 de junio de 1994 en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid. Se trata de una de las más importantes páginas de la tauromaquia reciente y se adjunta la crónica del maestro Joaquín Vidal. Resulta curioso el comienzo: "Salió un toro de casta brava a eso de las siete y media de la tarde, y eran las tantas de la madrugada cuando aún discutía la afición si mereció la vuelta al ruedo que le dieron las mulillas con todos los honores", porque la verdad es que todavía casi 16 años después el recuerdo sigue imperecedero e igual de apasionado. Hacia falta este vídeo en la red, ovación a La Cabaña de Zaragoza, que ha sido quien lo ha aupado.



Crónica de Joaquín Vidal, publicada en El País 8 de junio de 1994

Un toro de casta brava

Salió un toro de casta brava a eso de las siete y media de la tarde, y eran las tantas de la madrugada cuando aún discutía la afición si mereció la vuelta al ruedo que le dieron las mulillas con todos los honores, bajo una cerrada ovación del público puesto en pie. A ese toro, César Rincón le había cortado una oreja, cuyos merecimientos asimismo se discutían de madrugada, aunque el toro le peg ó previamente un volteretón al torero en justa correspondencia, dejándolo herido, maltrecho y sin posibilidad de continuar la lidia.Un toro de casta brava: ¡menudo acontecimiento! Un toro de casta brava como el que saltó al ruedo venteño a eso de las siete y media de la tarde, es la sensación, el acabose, un valor del que apenas quedaba memoria, un tesoro recuperado de lo recóndito, un vendaval de sensaciones llegado de la noche de los tiempos.

Embestir el toro de casta brava tan pronto plantó su pezuña en el redondel, y ya vibraba la plaza entera, reviviendo aquel estremecimiento singular y aquella emoci ón intensa que conformaban el ambiente habitual de las corridas de toros en todas las épocas, creando una afición numerosa, fiel y apasionada por esta fiesta exclusiva llamada del arte y del valor.

El toro de casta necesitaba, naturalmente, un torero en plaza, y lo hubo en la corrida ferial. Fue César Rincón, que le present ó pelea con el ardor y la entrega propios de un novillero principiante. Tiene mérito: quien ha cimentado fama y fortuna y está catalogado figura indiscutible del toreo, peleando corajudo con el toro de casta indómita, afanándose en la cercanía de sus pitones, intentando embarcarlo en la muleta del arte con serio riesgo de cogida, trastabillando cuando la fiera codicia del toro desbordaba el arte, la muleta y hasta el artista muletero.

Tiene mérito la entrega novilleril del diestro maduro. Aunque cabía esperar también de su oficio, de su experiencia y de su condición de figura del toreo, que poseyera la serenidad y los recursos suficientes para ordenar, encauzar, dominar aquel torrente de embestidas. Y ahí es donde falló César Rincón pues, pese a su valent ía y pundonor, se vio superado por el toro en todas las series, en todos los pases y en todos los frentes. Sencillamente, no pudo con él. Sólo la suprema entrega en la estocada entrando a toma y daca, que le costó una voleteretón y luego un terrible menudeo de pitonazos, le redimió de sus anteriores limitaciones y fatigas, y validó el premio de la oreja, que le fue concedido a petición mayoritaria de un público conmocionado por los desgarradores lances que acababa de presenciar.

Al toro de casta se le dió la vuelta al ruedo en medio de un clamor. Ahora bien, ¿fue bravo en realidad? Nunca se podrá saber, desde luego, pues ya está muerto y seguramente comido en estofado. Pero la duda permanece y eso es lo que discutían acaloradamente los aficionados aún de madrugada, sin llegar a ningún acuerdo. Porque la bravura del toro se mide en el tercio de varas, y este se cerró incompleto. El picador tapó la salida del toro en el primer puyazo; el segundo consistió en una picotazo leve y el tercero ni existi ó, ya que el presidente se apresuró a cambiar el tercio, dejando en el aire la incógnita del toro y su bravura.

Reacción al castigo
Cierto que el toro estuvo recargando fijo sobre el peto varios minutos sin atender a los quites, mas el picador no picaba y el celo embestidor carecía de la medida que únicamente puede dar su reacción al castigo. Dos varas, adem ás, no bastan para probar la bravura. Muchos toros se han visto recargar entregados en los dos primeros puyazos y, en cambio, al sentir el tercero, cantaban la gallina, escapaban despavoridos a la querencia de chiqueros.

No se dice que el toro encastado de Ibán se hubiera comportado así, ni mucho menos, e incluso su comportamiento posterior permite suponerle una bravura excepcional. Pero como no se le picó por derecho, ni recibió las varas en regla, ya todo pertenece al terreno de la hipótesis.

O sea, la cuadratura del círculo. La afición pasó la noche en vela resolviendo problemas de trigonometría con este proceloso asunto de la bravura del segundo toro de Ibán y su trascendencia inmanente cabe la brumosa inmensidad del piélago que le valió el premio de la vuelta al ruedo, y más valdrá dejarlo para no sumirse en la discusión interminable y acabar cazando moscas. Da más gusto la vida cuando únicamente exige distinguir entre verano e invierno, sol y lluvia, noche y día, blanco y negro; dulce o amargo, bueno o malo, en definitiva.

Y así, otras facetas de la corrida, lo aficionados no necesitaron someterlas a discusión, ni nada. ¿Emilio Muñoz? No me hable.

¿Juan Mora? No me diga. Invierno, lluvia, noche, negro, amargo, malo, duelos y quebrantos, rayos y centellas, carros de demonios; pues habíendoles correspondido toros nobles (no el que abrió plaza, de condición incierto), el primero de los mencionados diestros los toreó crispado, el segundo relamido, y ninguno de los dos acert ó a construir una faenita somera, aunque fuese medianamente aparente.
Hubo suerte, de todos modos, porque si en lugar de tener delante aquellos toros nobletones les sale el de casta brava e indómita, ni se sabe lo que hubiera podido ocurrir allí. Sólo de pensarlo, a la afición se le abr ían las carnes. Y ya rompía el alba. Y las miserias del cuerpo no necesitaban a esa hora más quebraderos de cabeza, sino café calentito y buena cama.

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