21 marzo 2010
feria de fallas 2010/ el juli, con naturales para la historia, y sebastián castella, por la puerta grande
21 de marzo. Feria de Fallas. Toros de Juan Pedro Domecq (1º y 1º bis), Núñez del Cuvillo (2º), Garcigrande (3º y 6º), Manolo González (4º), Victorino del Río (5º) y Carmen Lorenzo (7º), para Enrique Ponce, Morante de la Puebla, El Juli, El Fandi, Sebastián Castella, José María Manzanares y Cayetano.
De auténtica 'fartà' de toreo puro se puede calificar el paso de don Julián López Escobar por la Feria de Fallas. En el festival de luces de homenaje a Enrique Ponce, El Juli sacó a relucir su zurda y toreó con inapelable rotundidad para reventar de nuevo en València y cortar dos orejas. Seis orejas en total de cuatro toros en dos tardes, ¿alguien da más? Pues Sebastián Castella, otro perro de presa que no quiso quedarse atrás y también se fue por la Puerta Grande con todo merecimiento.
En cambio, Enrique Ponce volvió a errar en el planteamiento en su feria, la que le rendía homenaje a sus veinte años como matador, en su plaza. Y de ser protagonista pasó a ser mera comparsa. A otro, en cualquier otra situación debería ponerlo a pensar. Ponce, en cambio, con casi todo hecho, puede decirse que ya está de vuelta mientras él mismo no se encargue de decir lo contrario. A tiempo está, pero no será ya en estas Fallas. València, su plaza de toros, merece un poco más de seriedad que dos tullidos borreguitos de Juan Pedro Domecq.
La diferencia con un incontestable Julián López ha sido abismal.
El Juli, que llegaba ya con el título de gran triunfador a la reunión de figuras --todas menos dos, a saber: Perera, lesionado, y, por supuesto, José Tomás-- con el medio-toro que ello conlleva, hizo el faenón de la feria. Por soberbios naturales, por que así era como lo mandaba el burraquito de Garcigrande.
'Enfadado', que así se llamaba el de Garcigrande --o garcichico-- no asustaba ni por delante ni por su trapío. De salida no hizo prever la que se avecinaba. Al contrario, El Juli sólo le había dado una, sólo una verónica de mano baja por el izquierdo. Y el toro, no muy sobrado de fuerzas, había repetido varias coladas por el derecho de muy mal gusto, llegando incluso a desarmar al madrileño de Velilla de San Antonio.
Pero quedaba el pitón izquierdo para investigar y alcanzar el toreo con una poderosa muleta. Los primeros muletazos, de tanteo. A media altura y destemplados. Las fuerzas del animal no daban para excesivos abusos. Pero el secreto estaba por debajo de la pala del pitón.
Cuando se decidió El Juli a adelantar la muleta, a citar con el toque exacto y a embarcar con el temple y mando de los flecos de la muleta arrastras por el albero, brotó soberbio el natural puro. Largo y profundo, como el despertador de la casta del burraquito que se recreció siguiendo la tela hasta el final del viaje.
Por debajo, por debajo de la pala, la muleta saliendo por ahí en los remates. Una y otra vez, el toreo, bendito milagro, y la plaza del revés. Una prueba a derechas, imposible.
Y un airoso molinete, un cambiado por la espalda sin enmendarse, un cambio de mano y vuelta al natural en una serie que fue auténtica cumbre del toreo. Uno, otro, el compás que se abre, la suerte que se carga, otro más y así hasta nueve naturales --¡nueve!-- de inmensa belleza, temple y mando. Y más: otra serie de siete u ocho naturales eternos cada uno de ellos. Pura delicia para los sentidos. Hasta estremecer el alma: el toreo más hondo, imposible.
Quedaba el vicio de los circulares, que por su intrascendencia salieron mal. Pero como que daba igual. También que tras el estoconazo el toro no doblase y fuesen necesarios dos golpes de descabello. Ver torear así al natural es un auténtico privilegio y todo premio se antoja escaso. El Juli, por encima de orejas peludas, bordó el toreo al natural para la historia.
Era el tercer toro. Quedaban cuatro más y la tarde tenía otra cita reservada para el recuerdo. La del quinto, 'Aldeano' de Victorino del Río, y Sebastián Castella.
Era un precioso colorado de aspecto anovillado que de salida se puso a planear por ambos pitones. Se le cuidó y se le mimó. En varas, dos picotazos. Y Castella se hizo presente en un quite por chicuelinas, intercaladas con tafalleras y rematada con media en los medios. Era un "aquí estoy yo y enseguida me tienen aquí mismo". Tras las banderillas y templada brega de Curro Molina, Castella volvió al centro del plantillo y arrancó con su demostración de valor.
Un cambiado por la espalda, el de pecho, la plaza en pie y a favor de corriente. El toro, un bombón, se iba lejos, lejísimos. Faltó acomple en esos primeros compases en redondo. Faltó que Castella ganase el paso adelante para sujetar tan boyante embestida. Más intensidad al natural, con el toro rebozándose más en el engaño manejado con temple por el francés. Y pronto el arrimón, Castella inmóvil dejándose llegar los pitones cerca, toreando sin enmendar la posición y el toro fijo en la muleta que marcaba por abajo el trazo. Toro importante. Llegaba entonces vía el canal de Twitter @feriadeltoro que como éste, el semental que formó la ganadería de Victorino del Río se llamaba igual: 'Aldeano'. La genética no estaba fallando.
No hubo sobredosis de toreo del bueno, sí de valor a raudales. De poder y gusto por la negación del espacio entre toro y torero y de bisutería cara, pero bisutería. Cambiados y circulares que sabido es que en València apasionan. Tanto, que tras estocada desprendida de efectos fulminantes el presidente concedió las dos orejas de tacada y se vio obligado a contener una exagerada petición de rabo. De locura, vaya.
La tarde había empezado como venía la feria de lamentable. Con un especimen inválido de Juan Pedro Domecq para Enrique Ponce devuelto a los corrales. En su lugar otro tanto de los mismo. Más basura impresentable de Juan Pedro Domecq con la que Ponce cortó una intrascendente oreja tras tratar el de paliar el desaguisado en que se había convertido su feria. Una voz le gritó con razón: "¡Enrique, vaya aniversario!". Sin emoción ninguna, el maestro de Chiva se puso en plan enfermero para acabar dando un par de poncinas, pero aquello ya no tenía arreglo.
Morante de la Puebla con el blanquito de Núñez del Cuvillo hizo alguna de sus cositas. Sobre todo en redondo. Muy despacio, con mucho gusto y temple, con esa torería que le distingue y que en València tan poco se ha visto. Esta vez tan sólo un pellizco. Mató de casi entera en el sitio y cortó una oreja. La vuelta al ruedo se la dio al revés de como torea, a toda prisa. Tal vez porque el de la Puebla del Río sabe mejor que nadie como funciona el reloj de biológico del toreo y era el único que intuía lo que estaba a punto de suceder: la borrachera de El Juli por naturales.
Luego El Fandi no pasó de su espectáculo en banderillas clavando hasta cuatro pares. Uno de ellos jugueteando con el toro por los adentros tal cual hace Hermoso de Mendoza a caballo. Ya en la muleta, el de Manolo González que se había elegido embistió más al bulto que a las telas, y la brevedad fue la mejor elección.
Tras el de Granada, el valor del francés y bondad del tal 'Aldeano', y luego otro de Garcigrande para José María Manzanares.
Un toro grandón, castaño, muy basto de hechuras, pero bien presentado, que se hizo el amo de ruedo en los dos primero tercios y allí no hubo lidia ni concierto. Derribó al picador de tanda, embistió en dos ocasiones al que guardaba la puerta y apretó en banderillas y a todo aquel que saliese en la foto. Todo eso hizo hasta que paró en seco y se aplomó en el último tercio dejando a Manzanares sin opciones.
El último de Carmen Lorenzo fue agradable y noble, con la casta justa para moverse sin molestar. Cayetano compuso algunas tandas de aceptable factura, pero poco más. Luego se lió a pinchar en el cierre de la tarde en la que la figuras, todas excepto José Tomás, el gran ausente, habían homenajeado a Enrique Ponce tras sus veinte años de alternativa.
El protagonista, pero, enseguida se quedó en comparsa. Al final Sebastián Castella se marchaba en triunfo por la Puerta Grande junto a don Julián López 'El Juli', quien había toreado al natural para la historia y se alzaba como el gran triunfador de una Feria de Fallas que echaba el cierre con más penas que glorias.
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