07 abril 2010

pascuas en almedina, un lugar de la mancha y otros más

Las pascuas las he pasado en un lugar de la Mancha de cuyo nombre creo que me acordaré por una buena temporada y al que no me extrañaría volver en cualquier otra ocasión: Almedina, en pleno Campo de Montiel, provincia de Ciudad Real y a unos pocos kilómetros de Villanueva de los Infantes, donde empedernidos estudiosos del Quijote sitúan ese lugar de la Mancha de cuyo nombre fingió no acordarse Cervantes como narrador del novelón más universal.



Con los amigos, a la casa familiar de uno de ellos. Total: 800 kilómetros entre la ida, alguna excursión y la vuelta con parada en la ganadería de Los Chospes, ya que se me debían unos cuantos pitones tras no ver nada de lo poco que ocurrió en el taurino domingo de resurrección.

Almedina es un pueblo castellano, con la novedad que eso siempre implica para un valenciano, pero con cierto apego a Andalucía por estar al sur de Ciudad Real. En la red tiene quien le escribe su particular blog: La bitácora de Almedina. Está elevado sobre un paisaje de secano, bello por estas fechas: viñedos, olivos, encina e incipiente cereal verde sobre las siempre suaves irregularidades de terreno.









Por altura, desde Almedina se aprecia la Puebla del Príncipe, a unos ocho kilómetros.



Que estábamos en Semana Santa era innegable. A la llegada --la noche del jueves santo-- nos tropezamos con una en Montiel, con otra en Almedina y vimos la de la noche del viernes a la puerta del bar.



Los bares --llegamos a la conclusión-- son en todas partes iguales. Te metes en uno, te sientas en su terraza y podías estar donde fuese. La diferencia está en el trato. Y en los dos bares de Almedina eso fue excelente, pese a ser los de uno merengones y los del otro colchoneros. La relación trato-calidad-precio, de lo mejorcito. Tanto que parece que, por ejemplo, en València te estafen por tomarte un simple bocata.

En lo artístico Almedina tiene decoradas sus esquinas con azulejos que representan obras de su pintor renacentista: Fernando Yáñez de la Almedina, uno de los autores de los frescos y retablos que decoran la catedral de València. Inevitablemente, y más en semana santa, le dan un toque en exceso beato, pero quedan bien.



Bonita la luz de Almedina el viernes mediodía en la calle Mayor. Un paseo, buen embutido y chuletas de cordero --comprado en El Jardín-- para echar a la brasa, partida de pelota antes de comer, y eso: a comer.





El sábado visitamos Almagro, que está como a una hora. Ciudad con más tirón turístico. Se notó en el precio de comer, no en la calidad, y también en la que había montada a eso de las dos de la tarde con una aparatosa procesión con sus encapuchados, la compañía de romanos almagreños y un Cristo melenudo con sus costaleros.













Los romanos (y romanas) eran protagonistas del sábado de gloria. Por la tarde tomaron la plaza Mayor, abarrotada y desfilaron. Hicieron los que se llama 'la vuelta del caracol' con la canción que dice 'guapa, guapa y guapa'.







Y claro, en Almagro había que entrar al corral de comedias --en la misma plaza--, ése que ha aparecido fotografiado en los libros de lengua y literatura curso sí, curso también.





A la vuelta, pequeña parada en Villanueva de los Infantes. Apenas nos asomamos a un patio de esos que están citados en el Quijote.



Y al día siguiente --ya domingo de resurrección--, a ver las Lagunas de Ruidera rebosantes de agua por las lluvias de este pasado invierno. Los más viejos del lugar dicen que no recuerdan verlas así, con tanta agua, en la vida.














Y ya de regreso, el lunes de pascua, parada en la ganadería de Los Chospes, de procedencia Daniel Ruiz. Nos atendío fenomenal Pedro, el mayoral, que en poco más de una hora nos enseñó todos los cercados de la finca. Las tres corridas de toros y las cuatro novilladas --con las feas fundas-- para lidiar este año, la camada de erales y añojos, los sementales compartiendo cercado con los caestros y las vacas separadas en dos grupos por sus pelos.























El enano de la foto de arriba tenía tres días. Habría sido con el único que me hubiese atrevido en la plaza de tientas. Pero como era imposible, me conforme con la chaqueta al viento para finiquitar el viaje por la Mancha.

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