Luis Francisco Esplá se cortó la coleta. Se va una gran torero, que se despidió dándole la alternativa a su hijo, Alejandro Esplá, en una tarde que tenía mimbres más que suficientes como para transcurrir cargada de emotividad. Para más inri, el artista Morante de la Puebla ejercía de testigo de todo aquello. Pero se olvidaron del toro. Los seis juampedros fueron como una puñalada trapera a todo aquello. Y lo sentimentaloide quedó en pantomima.
De eso aquí nadie está libre de culpa. Esplá padre, a lo largo de más de 30 años como matador de toros, acumula recuerdos imborrables, así que esta tarde quedará como una anécdota que nada aporta a su trayectoria más allá de lo sentimental. Los borregos de Juan Pedro Domecq nada tienen que ver con lo que dice su hoja de servicios. Alejandro Esplá desembarca en el escalafón de matadores con sus carencias a flor de piel y con una expresión que debe pulirse y olvidarse de los espejos. Los nervios de la tarde los llevó mejor en el espécimen de la ceremonia. En cambio, al sexto lo recibió como si fuese un becerrista desairado. Y a Morante no le molestaba estar por allí. Las figuras cuando pueden, y eso es casi siempre, no rechazan la comodidad del borrego.
Los Domecq de Juan Pedro fueron como suelen. Raspas con tufo a barbería, medio bobos, descastados y sin la presencia que se le presupone al toro bravo. Es decir: la antítesis.
Y una tarde así no merecía semejante podredumbre. Por la alternativa y, sobre todo, porque Luis Francisco Esplá es historia viva de la tauromaquia y se despedía de los ruedos. Por su privilegiada cabeza, por su compromiso con la fiesta que ha sido y es ejemplar. Aunque al ver como vive una corrida de toros el público que asiste a la plaza de toros de Alicante, su plaza, su influencia se antoja nula. El público alicantino hace gala de chabacanería y no protesta cuando el espectáculo sonroja hasta al menos cabal de los aficionados.
Faltó el toro y faltó el respeto del público al momento que se estaba viviendo para que el homenaje que se dieron los Esplá tuviera peso de verdad. Así, como transcurrió, muchas veces todo aquello sonó a chufla. Por ejemplo, cuando Alejandro le cortaba el añadido a su padre, una mulata minifaldera cruzaba el ruedo a trote ligero y robaba la atención del momento. La testosterona puede con todo.
Y ni el presidente entendió la tarde, que negó un despojó a Luis Francisco Esplá para asegurarle la salida por la puerta grande en su última tarde de luces. Que no era faena de trofeo, pero sí la historia. Como tampoco era de puerta grande la actuación de Alejandro, pero la foto de la tarde sólo podía ser una y en algún sitio debía estar escrito.
De toreo hubo poco. Esplá padre tiró de recursos e inteligencia para aprovechar las sosas arrancadas de su primero y apretó los dientes con el pelín áspero que hizo cuarto. Fue el que mejor leyó la tarde desde el principio. Tuvo el detalle de compartir el tercio de banderillas de su primer toro con Morante, que brilló especialmente, y Alejandro. Regaló un cuarto par a su último toro, arriesgado por los adentros, y se tiró a matar con el corazón. Era la despedida.
Lo más torero lo hizo Morante de la Puebla con la capa. Un par de verónicas al manso y descastado tercero, y un sabroso quite por chicuelinas al quinto. Con éste, ya que con el otro no pudo ser, quiso. Pero los juampedros ya es que ni entienden de arte.
Y de Alejandro Esplá, nada que no sepa ya. Que el toreo es otra cosa, que tardes especiales como la vivida por la alternativa ya no quedan más. No todos los días salen dos de Juan Pedro Domecq justos de todo y más buenos que el pan para que uno se pueda lucir, cortar las orejas y triunfar en el día del doctorado con asombrosa facilidad. Demasiada. Que ahora empieza la verdad. Que tenga suerte y sino, que la busque.
Y al final, la estampa emotiva: padre e hijo por la Puerta Grande. La Historia del Toreo y la duda del que empieza.
1 comentario:
¿QUE QUIERES SER? OTRO GACETILLERO DAÑINO
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