Triste y monótona transcurre la temporada taurina. Feria tras feria, mejores o peores, las figuras se dedican a amontonar pases, pim-pam-pum, así en plan sobrado, cortando orejas (quien sea capaz) de escaso fuste y valor, y si alguien les roba, vamos, se enterarán hasta en la China.
En cambio, si el toreo --ese arte emocionante y conmovedor-- no se aprecia ni de uvas a peras, aquí nadie se preocupa, nadie pone el grito en el cielo y clama que lo de verdad nos están robando es el toreo tal y conforme mandan los cánones.
Salvo contadísimas excepciones, el toreo actual no conmueve. Y no será por el toro. Mientras en junio se lidiaron los animalejos más vergonzosos, en Pamplona volvió a salir el toro en su máxima expresión. Y el cuentoparanodormir de taurinos y sus plumas de referencia de que el toro grande no sirve para nada, que el toro bueno de verdad es el de las plazas de segunda, volvió una vez más a hacer aguas.
Mientras en la Feria del Toro de san Fermín hubo en algunas corridas de tres a cinco toros de nota --Fuente Ymbro, El Pilar o Victoriano del Río--, pese a dar en báscula una media que rondaba los 600 kilos; en las ferias sanjuaneras la cara a uno se le caía de vergüenza por dos razones: 1) por el lamentable espectáculo que se presenciaba; y 2) porque allí estaban sus protagonistas y ninguno daba apunte de cierta dignidad o de que la cara se le fuera a caer de pura vergüenza.
Aunque parezca mentira, en la actualidad sale un toro que es un exceso para la tauromquia moderna. El toreo que se hace desde el hilo, en posición de perfil, descarga la suerte, no manda, sólo tapa la embestida y, por lo tanto, sigue una línea recta, ni es toreo y al bravo y encastado no le provoca ni cosquillas. Sale un toro con un mínimo de casta, poder y pies, y a la neotauromaquia la deja en bragas. Salvo excepciones, caso de El Juli con una técnica más depurada, pero que no por ello queda a salvo.
El toreo de la pata para adelante brilla por su ausencia y ésta, después de muchas más, es la temporada de su constatación. El toreo ya no es tal, ya no es ese arte emocionante y conmovedor. Ni tampoco es que le sobren los referentes en activo. El toreo, lamentablemente, se ha vuelto intrascendente.
En la foto César Rincón, uno de los últimos representantes del toreo. Foto :: Juan Pelegrín
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