24 julio 2010

feria de julio 2010/ rubén pinar abre la puerta grande sin embraguetarse


Feria de Julio. Plaza de toros de València, 23 de julio de 2010. Toros de Valdefresno y Fraile Mazas (2º y 5º) para César Jiménez, Daniel Luque y Rubén Pinar. [VÍDEO]

Rubén Pinar es chico de hoy día. Un chico con la constancia como gran virtud, que un día se empeñó en ser torero y poco a poco lo está logrando. Otro llega a acumular sus éxitos en tres años de alternativa y le hablaban de usted y allá por donde pasase le hacían la ola. Pero Pinar es un tío esforzado, que no está tocado precisamente tocado por la varita del arte, y con unas formas toreras que vienen a ser el compendio, para bien y para mal, que une las líneas que en los últimos 30 años han marcado Espartaco y El Juli. ¿Por qué estos si se ganaron el reconocimiento en sus épocas y a Pinar tanto le cuesta? Eso son extraños misterios ahora todavía sin resolver. Pero el caso es que no falla y aunque sea por los pelos va sumando y derribando puertas grandes. La de València ha sido la última con una orejita a cada toro; así, muy a la ligera y sin embraguetarse.

El triunfo se lo puso en bandeja el mejor lote de una corrida de Valdefresno bien presentada pero con escaso fondo, aunque tampoco recibió el mejor trato por parte de los que se pusieron delante. Tal vez ahí Pinar y los suyos marcaron las diferencias.

El tercero de la tarde fue fiel al encaste por su frialdad de salida y pasotismo en el peto, dejándose sin más. Incluso se puso escarbador y muy parado en el quite que intentó César Jiménez y no fue hasta que le estimularon su galope en banderillas cuando despertó definitivamente. Son los misterios de la casta.

Y el galope le duró para perseguir la muleta de Pinar, que trazó una faena periférica, de perfil a pico y pala, sin cruzarse una sola vez. Pero si eso se hace todo muy seguido, con muletazos de largura extra, ligados y rematados con uno o dos de pecho, la fórmula convence al público y si el espadazo resulta que se entierra en el mismo hoyo, la oreja cae por su propio peso mal que le pese al aficionado cabal que recuerda que hubo un tiempo en el que el toreo de verdad era de embraguetarse sí o sí, que para ello hacia falta dar el medio pecho, cargar la suerte y ejecutar aquello del parar, templar, mandar y rematar, y que esto que ve hoy es otra cosa muy diferente a la que no acaba de encontrarle explicación.

Pero a Pinar, mientras uno le daba vueltas a esas cosas, sólo le quedaba una orejita más para salir por la puerta grande. Una orejita que le cortaría a un señor toro, por presencia y hechuras, de nombre 'Cigarro', que se reivindicó en manso de solemnidad desde su misma salida, pero sin acritud alguna. A decir verdad, sólo tuvo un poco de mala follá en banderillas. Que luego fue todo un corre que te pillo. Una serie aquí, metiendo bien la cara el animal, Pinar teledirigiendo por aquí, luego por allá; un hasta luego, vuelta a empezar; otra serie más aquí, principalmente a derechas; el toro, que me voy yendo hacia chiqueros; espera que te sigo; venga no te vayas que te pego unos circulares más, que ya te tengo cortada la oreja. Que vengas he dicho, que te tiró del rabo --y le tiró del rabo con tal de sujetarlo después de un circular amoroso de esos abrazados--, y así. Pinchó Pinar incluso antes de agarrar una muy buena estocada, pero el público --media plaza muy justa-- estaba decidido darle alegría a la tarde viendo al de Tobarra salir por la puerta grande pese a que no se embraguetó una sola vez.

Con César Jiménez lo tuvo más complicado el respetable. La aparente seriedad del primero quedó reducida por su feo estilo, que no supo corregir Jiménez entre continuos enganchones. El cuarto hizo gala de una inmensa vulgaridad, empatando así con su matador. Allí ni toro ni torero se demostraron mutuamente compromiso alguno. Y el público se aplicó visto lo visto en el buen remate de la merendola.

Luque dejó dos verónicas y una media a su primero porque le había espoleado Pinar por chicuelinas, y los olés que provocaron fueron los más sinceros y auténticos de tarde.

Este toro, fuerte de hechuras, levantó sospecha por la brevedad de sus defensas. Luque en el recibo ya cató que no había largura en el viaje ni exceso de fuerzas y tras ser medido en varas y apretar en banderillas, se equivocó en el comienzo con la muleta. Abrió por alto, sin conducción ni mando, que era justo lo que necesitaba éste toro con el hierro de Fraile Mazas, y lo que vino después siempre tuvo un déficit y no hubo acuerdo ya.

En la lidia del quinto la lección la impartió Mariano de la Viña, que de atanasios y lisardos sabe lo suyo. El cinqueño de pitones relucientes no hubo quien lo parase y a Luque en los medios casi se le sube a la corbata. Salió Mariano, dobló el espinazo, le echó el capote abajo y sujetó al toro e hizo con él lo que quiso. Una, dos, tres y tantas veces como fue necesario. Luego el toro se negó, echó el freno y a Luque, que no derrochó confianza, no le regaló ni media arrancada. Ni falta que hacía.

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