Como se aprecia, el día aquel salió así como muy cantábrico. Dejamos el coche en la carretera, entre Bakio y Bermeo, y casi sin pensarlo nos pegamos la caminata. Bajar, subir; y vuelta, bajar y subir. Hay que armarse de valor, sí. Cuando llegas lo suyo es tocar la campana y preguntarse cómo la Igartiburu tuvo la desfachatez de hacer subir hasta ahí a los invitados de su boda para luego separarse. Hay que tenerlos cuadraos, Anne.
Luego las vistas y las sensaciones allá arriba no están nada mal.
Tanto que dan ganas de quererse un poquito más o en el peor de los casos, reconciliarse.
Lo peor, que se lo pregunten a los invitados de la Igartiburu, es que de allí hay que bajar... y volver a subir.
Puede ser por asfalto, pero el camino es más largo. O por la senda, pero el camino es más estrecho y empinado. Tanto a la ida como a la vuelta, elegimos la segunda opción. Concretamente esta.
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