Ya va a hacer 20 días que regresamos de Egipto y sólo tres posts tras el viaje se me antojan poco. Creo que lo mejor será dejarlo en cinco. Así que este será el penúltimo. Quien esté dispuesto a seguirlo que se arme de valor porque va largo, largo, muy largo.
Egipto, su historia, engancha. No hay que justificar dicha información: construcciones de más de 5.000 años algunas de ellas, como las pirámides de Giza, creo que lo dejan todo bastante claro. Pero lo que es necesario saber, además, es que Egipto es una de las fronteras del tercer mundo y que por el elevado turismo están acostumbrados a vender lo que sea y siempre obligándote a regatear sí o sí, a extender su mano solicitando propina o a pedir, aunque esto las menos ocasiones.
En ese sentido no hay edad. A la salida del obelisco inacabado de Assuán encontramos el primer ejemplo de lo que sería. Un niña vendía puntos de lectura de papiro (?) con la ilusión de recibir un euro a cambio.
Digamos que es la primera impresión. La segunda, un aeropuerto para turistas en Abu Simbel.
Nada que ver con la maravilla de sus templos excavados en la roca, el impresionante trabajo que se intuye en la antgüedad y el no menos sorprendente que los salvó del lago artificial más grande del mundo, el lago Nasser.
Con los trayectos del aeropuerto al barco, uno se entera de cómo es la conducción, aunque ese apartado es mejor verlo en El Cairo. Pero una cosa hay que tenerla clara, lo del límite de pasajeros en motos o coches es bastante flexible.
El viaje ya marcha, lo mejor será que te vayas dando cuenta de que tu familia por unos días y a todas horas será un grupo de personas con los que irás a todas partes y un guía que no callará ni debajo del agua. Así que si con ellos entablas una buena relación mejor que mejor (y he de decir que esto fue lo más fácil de todo el viaje, pero creo que es más una cuestión de suerte).
Egipto es una país de contrastes. El del pasado con el presente es el más obvio, pero es que allá donde menos te lo esperes hay siempre pequeñas joyas que te acabaran sorprendiendo como por ejemplo, disfrutar de un amanecer en el Nilo.
O de un atardecer...
Pero estampas decadentes también las hay. Para qué engañarnos. Edfú, de paso obligado para contemplar el templo de Horus, nos dio varios ejemplos.
Por cierto, de todos los monumentos visitados el único en el que se llegó a sentir un agobio como si todos los turistas que pululan por Egipto se hubiesen citado allí, fue en el templo de Horus.
El Nilo es una de las vías de comunicación de Egipto. Una importante cantidad de cruceros lo recorren en uno u otro sentido y hay un punto, el de la antigua presa y la esclusa, en el que se van apelotonando. Desde Edfú a Luxor es paso obligado. Es obligado detenerse, acercarse a la orilla y esperar a que llegue el turno. Sin salir del barco. Mientras dura la espera, desde la orilla aprovechan para pedir o para vender. Un espectáculo que da qué pensar cuando ves a niños lanzarse al Nilo para pedir euros.
Por cierto, el burro en Egipto no está en peligro de extinción.
Y por fin se pasa la esclusa, que se encarga de bajarte unos seis metros.
Por fin se llega a Luxor. Bonita ciudad, con el templo en pleno centro. Descubres lo nocturnos que son los egipcios. Después de cenar los chicos juegan al fútbol junto al obelisco solitario porque alguien decidió llevarse a su hermano gemelo a la plaza de la Concordia de París.
Es obligado perderse un poco por las calles de Luxor para encontrar misteriosas esquinas...
Descubrir barberías abiertas pasadas las 10 de la noche...
Una tintorería...
Una farmacia en la que la Viagra es su principal reclamo...
O una oficina de cambio de moneda en la que todavía se puede ¿cambiar pesetas?
Pero claro, Luxor también es su templo y el de Karnak, el Valle de los Reyes o los colosos de Memnón y alguna que otra riqueza más del antiguo Egipto.
Por cierto, la avenida de las esfinges que ha sido recientemente noticia está allí.
A El Cairo llegas ya con el aviso del guía: "es el orden del caos"; y con las advertencias de los libros para turistas sobre el ragateo, el tráfico salvaje y la contaminación. Con lo que no cuentas es que al asomarte al balcón de tu lujoso hotel a contemplar una de las urbes más pobladas del mundo, cerca de unos 20 millones, te encuentres con la siguiente estampa en el vecindario: unas cabras equilibristas en el tejado! Justo en el bar de abajo habíamos cenado la noche anterior.
A la primera que pisas la calle descubres lo del tráfico, porque el colapso puede suceder a cualquier hora del día, te das cuenta de que las aceras apenas existen, que la calzada es de todos y que cruzar es emocionante de verdad.
La actividad nocturna, otra vez, es de admirar. Atiendan a la tienda de lencería, el escaparate y su dependienta. No deja de ser curioso.
Y por último, por supuesto, las pirámides de Giza. Impresionantes. Impactan nada más verlas aparecer entre la bruma cairota de la mañana.
Ante tal inmensidad y tantos años de historia, lo normal es que ante las pirámides y la esfinge te sientas una nimiedad.
PS: Disculpas por el tostón.
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