23 noviembre 2010

la fiesta, entre el desequilibrio y la mediocridad


El invierno taurino va a resultar inquietante cuanto menos. La prohibición catalana y, sobre todo, la crisis han dejado a la vista alguna que otra miseria para constatar que no es oro todo lo que reluce. Y si los que se inquietan son los menos, pues que tampoco nadie se extrañe porque en el mundo del toro su gente suele ser así, de peñón fijo, muy poco crítica consigo misma y muy dada a la palmadita en la espalda y a hacer oídos sordos a los consejos que vienen de terceros.

Quedan dos opciones así de drásticas: la regeneración total o seguir cavándose su propia fosa. Aparentemente la primera opción ha sido la elegida y la pomada de figuras se ha puesto el traje chaqueta para reunirse con los ministros, con los parlamentarios de la oposición, los empresarios del sector e incluso con Televisión Española. Pero el movimiento en este caso no se demuestra andando ni haciéndose fotos ni con traspasos simbólicos de la cosa del toro de Interior a Cultura. El movimiento se demuestra con hechos y a ser posible en la plaza, en los carteles y en el campo. Está muy bien exigir a los demás, pero en este caso es principal exigirse a uno mismo.

Por cierto, ¿tanto pedir el traspaso para arreglarlo en plisplas? Raro, raro. ¿O es que a los taurinos lo toman por el pito del sereno? Todo puede ser.

El mundo del toro ha perdido peso social, o respeto mejor dicho. Bien está que la sociedad se ha hecho al asfalto y se ha lightizado acumulando miedos y remilgos varios y la realidad prefiere que se la den en HD o 3D, pero a través de un LED o acercarse a ella en 2.0. Y la fiesta de los toros cruda como ella sola no admite ni ese filtro ni ningún otro. La fiesta o es como debe ser o no admite medias tintas. Y así, recuperar prestigio con una poda exhaustiva de todo lo rancio que ha venido acumulando. Porque más acá de la muerte del animal --la vida, el dolor, la alegría, el triunfo, la sangre y otra vez la muerte-- lo que sobra también son los clichés acumulados a modo de contrapeso negativo para la fiesta y sus personajes en relación a la sociedad que les ha tocado vivir: ésta.

Eso, y saber luego destacar los buenos valores que desprende la tauromaquia y de los que nadie parece querer darse cuenta. Pensarse, abrirse y difundir este tesoro sin encerrarse en un mundo que de tanto que huele resulta irrespirable según para quién.

Y al tiempo no está demás preguntarse cosas como: ¿La fiesta actual vale lo que cuesta? No, la fiesta cuesta mucho más de lo que vale hoy en día. El desequilibrio toro-torero es abismal. El dicho cuando hay toro no hay torero, y viceversa, es más que evidente. Las ganaderías señaladas por la afición no suelen acartelarse con los primeros espadas. Y al revés, las figuras pocas veces suelen anunciarse con según qué ganderías. Y así, la fiesta ha redundado hasta la extenuación en un más de lo mismo monótono y previsible que le ha hecho perder gran parte de ese misterio intrínseco a la tauromaquia y que se palpa gracias al valor, el miedo, la emoción, la bravura o la casta. Al aficionado no hace falta que se le diga que en la relación calidad-precio del espectáculo taurino sale perdiendo en un alto tanto por cien de las tardes.

Hemos leído infinidad de tópicos estos días en Burladero en un test a los que han decido llamar el G-6 de los empresarios taurinos. Hemos visto a siete figuras pasearse por despachos ministeriales. ¿Por qué ahora? Porque unos y otros le han visto las orejas al lobo. Aquí no llena ni dios, bueno sí: José Tomás --convaleciente-- y llevándose toda o gran parte de la taquilla. ¿Adónde se ha ido la afición y el público? Los van echando...

El mundo del toro depende de la taquilla y la taquilla es la que es y aquí todos --las figuras, emprearios, ganaderos y pseudoganaderos-- quieren su pastizal a cambio de un espectáculo que deja mucho que desear y que a menudo resulta perjudicial, aunque siempre hay quien trata de venderlo como si se tratase de la novena maravilla mundial. El negocio está por encima del contenido. El negocio desprende caspa y maneras retrógradas y el contendido la mayoría de las veces, mediocridad.

Y no, no hay nada peor que la mediocridad en los toros, y esta campa a sus anchas entre tanta figura, empresario grande, ganaduro y politicucho de turno que se creen que esto es jauja hasta que la crisis les da en la cara.

¿De verdad se creen los taurinos de luces, de campo y de despacho que así se regenera la fiesta?

A todo esto, ¿y el toro en plenitud? El invierno ya está aquí y 2011 empieza a asustar.

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