02 diciembre 2010

torea el inclusero, ¿peregrinamos?



Torea Gregorio Tebar 'El Inclusero' al mediodía del próximo domingo 19 de diciembre en Ondara. Es tal vez quien mejor luce la denominación de torero de culto.

Gregorio Tebar Pérez cuenta ahora con 64 años. Uno ha leído, le han contado, pero nunca ha visto a El Inclusero y cree que lo justo y necesario será la peregrinación. Aunque el festejo no nos vaya a aportar nada más. Aquello que nos han contado las crónicas de Joaquín Vidal, probablemente bien lo merecen.



El Inclusero, opositor a cátedra, por Joaquín Vidal (7 de junio de 1982)

Desde que se nos fue Don Antonio (obviamente, don Antonio Bienvenida), la cátedra de Tauromaquia está vacante. Desde entonces, y para algunos diestros de buen hacer, se siguen empleando calificativos tales como maestro, doctor, catedrático, pero no hay tal. Don Antonio no ha sido sustituído, al menos con todos los requisitos y pronunciamientos de rigor. Para cubrir su puesto son necesarias oposiciones a cátedra. Y uno de los opositores más preparados, entre los poquísimos que hay con las condiciones mínimas para ganar plaza, es Gregorio Tébar, que dice llamarse, pero no ser, El Inclusero.



Vengan pañuelos para el toreo de El Inclusero, por Joaquín Vidal (2 de septiembre de 1980)

Vengan pañuelos. A la afición se le caía la baba cuando toreaba El Inclusero, que pide un puesto de los de arriba, donde hay sitio para él y para cuantos sepan torear. Reposado, medido, inteligente, construía las faenas en perfecto ensamblaje con las condiciones de sus toros. Y además, aquello de adelantar la muleta, la franela bien recta y planchá, templar en el giro suave y hondo de la suerte, acompañar con la cintura, rematar donde la cadera, ligar... lo hacía también. ¡Vengan pañuelos!Para las ferias son obligados los terueles- manzanares-paquirris-capeas, según manda la rutina, y en el transcurso de ellas te puede dar un síncope. Es por el síndrome del derechazo. La fiesta de toros actual, merced a las imposiciones de los exclusivistas y al reinado de los funcionarios dichos, ha producido el síndrome del derechazo. Torear apenas ves.

De pases, te hartas. E invariablemente acabas con indigestión.

Sería reconfortante para todos que en estas ferias se incluyera cada tarde a un torero que sepa torear. Los hay. Uno de ellos es El Inclusero. Ya que han inventado la corrida mixta (evidentemente, en jueves), inventemos la corrida cóctel, con dos partes de pegapases, una de torero y toros al gusto (si auténticos, mejor). No quiero ni imaginar lo que sería cada tarde vivir la esperanza de que se puede ver toreo bueno en lugar de esa convicción (casi siempre confirmada) de aburrimiento mortal con que acudimos a la plaza.

Una faena como la de El Inclusero el domingo al quinto, es una brisa serrana que barre los sofocos derechacistas. Es la reconciliación con el arte de torear, que habitualmente desvirtúan y envilecen los profesionales del derechazo. Y no se crea que hubo espejismos ni magias. Ni espejismos o magias hubo. El Inclusero, situado el toro en los medios, le ofrecía el engaño, sometía la embestida con la caricia del temple. Lo mismo al natural que en redondo, ligaba tres o cuatro pases, no más -que las tandas han de ser cortas-, remataba con enjundia y arte e incrustaba, en su momento oportuno, el carísimo repertorio muleteril, donde hay quiquiriquíes, trincherazos, cambios de mano, molinetes, ayudados por bajo y por alto. De estos últimos instrumentó dos hondos y bellísimos, y de aquéllos, uno, que debe quedar plasmado en cartel.

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