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En Alicante, entre artistas, el más artista fue Francisco José Palazón que se reivindicó con un faenón inspirado y encajado. Torerísimo. Tan ensimismado y para sí como a la vez un grito de aquí de estoy yo. Un faenón de dos orejas que agarró con todas sus fuerzas. No le pesó la tarde, ni tener a la izquierda a Morante y a la derecha a Manzanares en el paseíllo ni la presión de lo precario de su situación. Al contrario. En tiempos de indignados, Palazón tiene con esto una buena excusa para cantarle las cuarenta al taurinismo que lo tiene abandonado.
¿Y ahora qué? Quién le da carteles a quien es capaz de torear así, de cuajar una faena de altos vuelos que no estaría demás el ponérsela a quienes se matan por una entrada para el próximo 23J. La comparación no es tan descabellada.
Palazón, ante el primero de su lote, se abrió de capa y se emborrachó directamente de toreo. A pies juntos, ganando terreno, ya encajado de riñones, por chicuelinas y rematando con una larga afarolada, ya inspirado, en los mismos medios. Luego, tras una vara escasa, vendría un quite por tafalleras. La tarde, que había arrancado con bochorno y los abanicos a mil, era recorrida por la fresca brisa de la torería.
El juampedro, que del difunto Juan Pedro Domecq eran los toros y por eso, en su memoria, los seis lucieron crespón --divisa-- negro, fue un puro dulce. Castaño claro, apuntó cierta flojera y eso que llaman clase, pero que se traduce en nobleza infinita.
Palazón con temple y suavidad empezó faena por alto andando por la plaza seguro de sí mismo, con esa postura y apostura inconfundibles de quien va a hacer el toreo puro. La muleta plana, el temple, el roce de la embestida, la firmeza, la quietud como demostración de un compromiso con el toreo y con su futuro --ese toque de atención--. Y el toreo al natural cumbre. Sin forzar la figura, largo y por abajo, como una caricia. Con la izquierda rompió la banca. Y los de pecho, sin enmendar, con las zapatillas atornilladas por obligación moral. Inspiración y torería sin arrebatos de cara a la galería. Toreo caro y nada más, obra de un tal Francisco José Palazón. Que lo vean, que lo vean los que quieren entradas para el 23J.
Será complicado que alguien pase por Alicante y haga el toreo como lo ha hecho Palazón en lo que queda de feria. O sino, que se lo pregunte a Morante y Manzanares que sobre el papel venían a mesa puesta y el invitado les eclipsó totalmente. Y eso que venían con sus 'domecqs'. 18, sí, 18 toros tuvieron que pasar para quedar una corrida sin trapio alguno, anovillada y con la tablilla siempre marcando por debajo de los 500. Sí, la currovazcada y el aquí te pilla, aquí matilla de siempre.
Morante pasó por Alicante con mucha voluntad. A la verónica gustó en el saludo a sus dos toros. El primero se le desfondó y lo mató de buena estocada. La faena al cuarto fue larga y de muchas intermitencias. Deslumbrando algo en redondo, al menos en serie y media, y sin encontrar el sitio al natural, por donde reponía el animal. El fin fue tras pinchazo y otra estocada más que correcta. En los dos fue ovacionado.
José María Manzanares ha echado un borrón en la feria de su pueblo, digamos que ¿el primero? de la temporada. La puntita de casta del primero de su lote, un anovillado castaño, le sorprendió. Ni se acopló ni administró la (pelín) brusca embestida. Mató de espadazo.
Con el quinto Manzanares cortó de forma incompresible cuando lograba la serie de más oleada. Fue sobre diestra, ligando solo tres en redondo cuando por fin se había decidio a bajar la mano e imponer cierto mando. Antes de eso la cosa había transcurrido con más forma que fondo, pero empeñado en matar a recibir cortó nada más encontrar el camino. Pincho al primer encuentro y enterró el acero a la segunda. Recibió una oreja de ningún peso.
Palazón, con el triunfo ya en la mano, cerró la tarde ante un becerrote (445 kilos) muy rajado y aquerenciado y sin nada que ofrecer de provecho. Se justificó y luego se fue por la Puerta Grande con todos los honores.
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