Todos los bueyes de Valdefresno los echaron ayer en València ante la sorpresa y caras de incredulidad de la bendita afición que no quiso perderse (cerca de media entrada) un cartel al que le sobraba interés. Porque Ángel de la Rosa es torero de culto, Leandro sabe hacerlo e Iván Fandiño está que se sale esta temporada rebosando valor y torería. Sobraban los motivos y si la cosa hubiese roto en algún momento más de uno se habría llevado un pellizco bueno de toreo y emociones para pasar el invierno ya que hoy, con este amplio surtido de bueyes, y esa ha sido la gran pena --el tostón ha sido de premio--, en el 9 d'Octubre --festa de tots el valencians amb blau i sense blau--, València ha cerrado la temporada hasta que broten las Fallas de 2012.
La corrida de Valdefresno llegaba impecable. Con trapío y lustre. Mazorca blanca y pitón negro y reluciente. Astifina, con las puntas para arriba. Honda la corrida. Salvo el atacado y badanudo primero, el resto más apretados y entipados. Pero ni por esas. Los cataron y no ofrecieron nada, no entregaron nada, se rajaron en cuanto les exigieron, como auténticos bueyes de carreta. Falta de casta y bravura mucha menos, la mansedumbre al alza y ninguna voluntad. Seis de seis: vaya petardo.
Toda la disposición y voluntad la trajo Iván Fandiño a València, justo como ha venido demostrando en toda su temporada en la que quien firma no ha dejado de maldecir aquella cornada de Málaga y la forzosa ausencia en Bilbao, donde seguro se habría comido el mundo.
Pero en València sus toros, los dos, no le duraron más de cuatro tandas. Los cuidó, les dio lo justo, al primero le comenzó faena con un cambiado por la espalda de atrangantón, protestando el toro, rebrincándose a cada inicio de tanda. Llegaba a la altura de los muslos y el toro no iba metido en la muleta. Fandiño, valor y aguante y sólo tres series, cada vez el toro más reticente hasta pararse de forma desesperante.
Y es que no había toro, sólo bueyes, todos los bueyes de Valdefresno. La esperanza del sexto se desvaneció a las primeras de cambio. Abanto, de aquí para allá, esperando a ver si en el último tercio se centraba aquello. Y no: una tanda y el toro puso tierra de por medio con destino a chiqueros. Allí murió más como buey que como toro bravo.
El primero, si puede decirse, fue el mejor de una corrida muy a menos. Le sobraron kilos y le faltaron fuerzas. Flojo, lento de movimientos, embistiendo al ralentí. De la Rosa, que le había brindado a Simón Casas, sin apretar, a la velocidad del animal. Faena demasiado larga, sin emoción alguna.
El segundo no tuvo ninguna fijeza, ninguna entrega y embistió cada vez como le dio la gana. Leandro tiró líneas. El acuerdo estaba complicado y más todavía con cuarto y quinto.
El cuarto huyó de los intereses de De la Rosa y su intención de sentirse torero una vez más. Y con el quinto, abanto y corretón, no pasó nada. Tampoco es que Leandro lo intentase en exceso. Si se hubiese doblado de inicio a lo mejor podría haber pasado algo más. Pero tampoco demasiado, la verdad. La casta nunca fue característica de los buyes de Valdefresno.
PS: Desde València, hasta las Fallas con amor ;-)
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