Hemos salido a la calle a oler esa que han llamado #PrimaveraValenciana. Al tercer día de una semana agitada en la ciudad de València, con estampas repugnantes y violentas, cargada de razones en su protesta y ejemplarizante, tanto como para sentirse orgulloso de la ciudadanía.
La base que prendió las movilizaciones está clara. Los estudiantes fueron los primeros en mantener la constancia y encender el foco en el IES Lluís Vives, en pleno centro de la ciudad. Antes se habían movilizado sindicatos, funcionarios ante los recortes del Consell, pero los estudiantes, menos
Porque hay un motivo para el arranque de todo esto, y es mucho tiempo de un trágala constante y absoluto --la democracia...-- ante la pésima gestión de los gobiernos que ha tenido que soportar la Comunitat Valenciana hasta dejarla endeuda; de muchos años de malgastar miles de millones de euros en el sumidero de los grandes eventos, la megalomanía, sus sobrecostes y toda la corrupción entre tanto trajín: Gürtel o Emarsa, Brugal o Urdangarín. ¿En el mapa querían estar? Pues aquí estamos.
Un aula fría, falta de presupuesto para fotocopias, carencias en los comedores, falta de profesores o años de barrocones mientras se pagaban, por ejemplo, 15 millones de euros por un abominable proyecto que nunca pasó de ahí. Por no hablar de los recientes recortes al sueldo del profesorado y a los méritos de su carrera profesional como medida de ahorro.
Todo esto y mucho más es el primer motivo y principal razón por el que arranca la protesta titulada, no sin pretensión --inspirarse en la realidad de Egipto, Túnez o Libia resulta un tanto descabellado por muy poético que suene--, Primavera Valenciana.
El mal uso de forma continuada que ha venido haciendo el Partido Popular en la Comunitat Valenciana de sus mayorías absolutas, como si éstas fuesen una carta blanca a sus desmanes, son las que nos han llevado a vivir una semana como la actual. No reconocerlo es ignorar por completo la realidad social y económica de esta tierra.
La protesta se hizo constante. Durante 15 minutos, el corte de la calle. Ese era su altavoz. Un día llegó la policía. Se produjo el enfrentamiento y se detuvo a un estudiante. Porque estudiantes eran, de entre 14 y 18 años, de secundaria los que tuvieron la iniciativa. No más de medio centenar el pasado 15 de enero. Pero se provocó el efecto llamada y el lunes eran varios miles los que hicieron el trayecto entre el Lluís Vives y Delegación de Gobierno, además de los apoyos que han llegado otras ciudades españolas.
El intento de apagar la llama de la protesta con un soplete, porras incandescentes de los antidisturbios, la irresponsabilidad del jefe de policia de València --más que suficiente para exigir su dimisión-- al valorar los hechos y hablar de "ataque" o "enemigos" y la inoperancia de Paula Sánchez de León como delegada del gobierno, multiplicó la protesta y las manifestaciones no han dejado de sucederse.
Tras el vergonzoso espectáculo ofrecido el lunes por los agentes de seguridad haciendo un uso gratuito de la fuerza, y sin negar puntuales provocaciones absurdas de ciertos manifestantes, la protesta por una educación digna y de calidad y contra los recortes de varios centenares pasó a varios miles y reclamar las dimisiones de la Paula Sánchez de León y del jefe de la policía, Antonio Moreno.
La demostración de civismo de la ciudadanía en las protestas de martes --con libros en la mano-- y miércoles --ya sin antidisturbios a la vista--dejó en evidencia a la violencia empleada por la policía, y más cuando se trata de luchar por los derechos y el bienestar de todos. Incluso los grupúsculos que enturbiaban las manifestaciones han quedado ninguneados por una fuerza social que ha decidido alzar la voz y con razón.
Problemas: la mala gestión de la situación por los cuerpos de seguridad no debe convertirse en una crítica generalizada, pero sí deben exigirse responsabilidades, están más que señaladas y cuanto antes presenten su dimisión, mejor. La oposición no ha querido dejar pasar su cuota de protagonismo hasta incluso confundirse las líneas de forma más que sospechosa --la casualidad de Compromís y la web primaveravalenciana.com-- y aprovechar esta fuerza para ver si de las protestas rascan un buen puñado de votos o si alargan su último aliento --caso de Alarte al frente del PSPV--. La derecha ha tenido ramalazos preocupantes, discursos de tinte franquista --recuerdo de aquellas conspiraciones comunistas judeo-masónicas--, y una falta de responsabilidad total ante la situación, como si la cosa no fuese con ellos e ignorasen el motivo por el que la gente ha decidido salir a la calle. Y puede que haya faltado respeto entre los manifestantes, pero al final cuando la cosa ha crecido, el ejemplo de civismo ha sido claro y meridiano
Así que esta Primavera Valenciana no es tan poética, más bien huele a cívica realidad. A un pésimo uso de la democracia por parte de los que han venido gobernando con el respaldo de continuadas mayorías absolutas, pero sin gobernar para todos. A aulas sin calor pero que se hacen preguntas. A una sociedad que se siente agredida en su bienestar, luego primera víctima de los recortes para solucionar los desmanes de una clase política incapaz de asumir sus errores; o utilizada por fines electoralistas desde la oposición. A un exceso de institucionalización de la política, que al verse en plena calle, aprovechó en cuanto pudo el censurable uso de la violencia por parte de la policía y se fue en busca de la querencia del despacho con representantes de siglas políticas a los que nadie había llamado para encabezar nada y que se presentaron allí como quien no quiere la cosa. Esta primavera valenciana huele a invierno y vacas flacas, a engaño con la democracia como excusa y a claro convencimiento de que se tiene la razón, y por eso mismo toca expresarse en la calle.
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