Joaquín Vidal tituló su crónica El vendaval de la huerta y así la acabó:
(...) La gente había ido a ver a El Soro. Un centenar de autocares trajeron una multitud desde Foyos y otros pueblos de la provincia.
Miles de soristas recorrieron Valencia con pancartas aclamando a su torero y desde primeras horas de la tarde tenían prácticamente tomados los accesos a la plaza, donde esperaron al titulai de la causa, que llegó en calesa. La entrada no la hizo bajo palio, pero poco le faltó.
Le regalaron de todo en sus vueltas al ruedo. Hubo pavos, cuadros, flores, pan, puros. Hubo gritos hasta enronquecer. Y hubo lágrimas. Valencia quería un torero y ya lo tiene. O a lo mejor es más que un torero: es un vendaval.
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