Tarde-noche de emociones intensas y sinsabores en crudo. Iván Fandiño cuajó una tarde en La Maestranza de Sevilla como para atrevesar con todas las de la ley la Puerta Grande de Las Ventas de Madrid. Fiel a un concepto, sin renunciar a una pizca de verdad. Y el Barça, igual de fiel a su concepto, vio como el fútbol le dejaba fuera de la final de Champions como si hubiese jugado en La Maestranza y o el público o el palco no se hubiesen enterado. Que sí que lo hicieron, enterarse. Por eso sabemos que el planteamiento del Chelsea triunfó. Cerró las puertas a la finalísima, que no la del Príncipe. La Maestranza negada fue ese penalti fallado o el balón al palo, ambos por un Messi ausente.
Pero hubo toreo caro, de verdad, por parte de Fandiño. Y fútbol, el del Barça de siempre. Y esto no se acaba. Aunque hoy los sinsabores en crudo han dibujado rostros diferentes --el del triunfo interior o el que se tapa por la impotente amargura-- con horas de diferencia, pero ambos con ese denominador común de haber hecho las cosas fieles a un concepto igual de puro.
PS: Por si a alguien le molesta la comparación, quede claro: lo del toreo está a años luz por arriba del fútbol más bello que uno pueda imaginar.
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