Eduardo Gallo ha vuelto y este es su momento. De los que han
pasado por Madrid esta temporada, no me cabe ninguna duda, es quien más cerca
ha estado de abrir la puerta grande. Y en dos ocasiones. Fue antes de San
Isidro cuando sorprendió por concepto y compromiso, claridad, mente despejada y
temple. Frente a toros que no le regalaron nada, demostró el poder de su
muleta. Y si no es por la espada, ay. Se ganó la primera sustitución de la
feria y volvió a reivindicarse. Otra vez. Lo dejó más claro todavía. Otra vez
la puerta grande de Madrid dejó pasar un esperanzador hilo de luz.
Su paso por Las Ventas le volvió a abrir huecos. Pamplona
con una de Dolores Aguirre que no quiso, algo que entraba en las cábalas. El
otro día en Tafalla me cuentan que más en sazón imposible. Y hoy Bilbao, la de La Quinta en Bilbao. Tiene que
ser.
El pasado 29 de junio, en las vísperas de afrontar el reto
sanferminero y meterse a saco en la temporada de su revuelta silenciosa, porque
nadie le ha echado cuentas en serio todavía y en su avíos todavía guarda el
factor sorpresa --eso es lo bueno-- nos invitó a acompañarle a lo de Galache,
en Hernandinos.
En tiempos, territorio Manolete. Y ese tiempo se nota. Campo
viejo y seco. Miles de historias. En esta placita, ‘El Monstruo’ de Córdoba se
encerraba con una vaca, la molía a muletazos en sus días de preparación. La
dejaba tomar aire mientras Manolete se encendía y fumaba un pitillo sentado en
el suelo, apoyado junto a esas piedras a las que solo le falta hablar.
Gallo nos recoge de corto, felices los compañeros: acabamos
de rematar el Máster de Experto Universitario en Dirección de Empresas y
Actividades Taurinas tras la presentación de unos proyectos calificados con una
notaza. El camino se complica. Lo de Galache queda recóndito. Tan apartado del
mundo como si no perteneciera al mismo. De camino lo mismo hablamos de la bolsa
que de la temporada. La de La
Quinta tiene que ser. Creo que sí. Para no errar, nos indican
en una gasolinera.
El tentadero arranca con un vaca tan grandona como
excelente. Pese a reventarse un pitón con la piedra, no acusa nunca y planea
que da gusto.
El lote de Eduardo no da facilidades. Las más patasblancas
resultan brutotas. Arrollan más que embisten. Pero solventa y no se cansa el
torero. En invierno y por las calles de Salamanca eso no se nota, pero se ve
por ejemplo aquel 6 de mayo en Las Ventas: a Gallo le surge ahora el toreo con
tremenda naturalidad (y pureza). Una madurez no exenta de frescura. La que le
da ese valor suyo de siempre. El esfuerzo brutal no se percibe hasta que no se
palpan los resultados de esta revuelta silenciosa de este Gallo.
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