Remate de Ángel Jiménez en el quite que hizo al cuarto Cebada, el de mejores condiciones. |
Algemesí, 26 de septiembre. Quinta de la Setmana de Bous. Novillos de Cebada Gago de correcta presentación, astifinos y de variado comportamiento. El primero, con peligro. El cuarto, noble y pastueño. Ángel Jiménez (silencio y vuelta al ruedo) y Javier Ortiz (silencio en ambos). Tres cuartos de entrada. [VÍDEO]
En el ecuador de la Setmana de Bous de Algemesí pasó poco o mejor que no pasó más. Me explico, la novillada de Cebada Gago no fue fácil para quien tuvo delante y además lució un astifino que está muy poco de moda.
No traían el cuajo de los utreros de estos días atrás, pero más vareados, novillos más normalizados, el respeto de sus finas puntas, la viva mirada que es sello cebadagago y las intenciones que sacaban hacían el resto al medirse con los inexpertos Ángel Jiménez y Javier Ortiz, ya entre los dos no suman 10 novilladas picadas. Por eso, si no pasó nada, es mucho mejor que si hubiese pasado algo, porque el mando siempre lo llevaron los de Cebada.
El primero fue una auténtica prenda. Orientado desde banderillas, recortando, revolviéndose gañafón va, gañafón viene, el sevillano Ángel Jiménez le tragó tarascadas y salió indemne. Y eso ya es bastante.
El segundo, ligeramente burraco, de salida atravesó con el pitón un burladero y dejó un boquete como el puño. Aquelló sonó como si hubiese crujido la plaza entera y la punta del asta quedó intacta. Todo un detalle. Luego el toro ni cabrón ni bendito quedó en un termino medio con el que tampoco acabó de encontrarse Javier Ortiz, que es hijo del picador de El Juli, Diego Ortiz. Muy al hilo y sin romperse, cierto temple, en sus manos al menos no se agrió aquello, pero tampoco pasó nada.
Tras una merienda para la que las gentes de Algemesí se toman su tiempo, salió un cebada más bajo de agujas, negro mulato, que embistió con fuerza y apretando por el derecho. Un mansurrón de dos puyazos, como fue la media de la novillada, y exigente. De mando y somentimiento y ni una ventaja por arriba. De no dudar y tragar. Para corazones de mucho bombeo. Ángel Jiménez fue asimilando conforme el toro exigía y soportó lo suyo, porque el toro se venía siempre por abajo. Aún se dio la vuelta al ruedo.
Pero había un noble y pastueño cebada en el lote, el que hacía cuarto y último, engatilladito de cuerna. Javier Ortiz le dio incontables pases, sin fuste ni ajuste, pero tan largos conforme era el viaje del novillo. Por allá, con la pierna atrás. Definitivamente se le fue el novillo de la tarde. Y lo peor no es eso, sino la poca actitud. Con la espada, un sainete. Era la prueba del poco convencimiento.
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