17 julio 2013

14 juillet en céret, por joan barril

 http://www.cope.es/docs/2013/02/22/15580001_1361545395050_71_20_0_gra.jpg

Vía :: El Periódico |

El cantante de Séte, Georges Brassens, en su célebre canción versionada por Loquillo, La mauvaise reputation dice que él, durante el 14 de julio se queda en la cama tan tranquilo. El 14 de julio es la fiesta nacional francesa. Quedarse en cama en fecha tan señalada era una manera de decir al mundo que eso de las patrias y de las celebraciones forma parte del pasado. Sin duda los veranos son pródigos en revoluciones. El pueblo de París tomó la Bastilla un 14 de julio y los colonos americanos declararon su independencia respecto a la metrópolis británica un 4 de julio. Incluso los franquistas eligieron el 18 de julio para su golpe de Estado.
En mi revolución personal no estaba previsto nada nuevo para el pasado domingo 14 de julio. Tal vez quedarme en cama tan tranquilo. Pero mi amigo Pedro y su encantadora familia insistieron en llevarme a Céret, ese pequeño enclave del Vallespir por el que pasaron todos los artistas del mundo y no pocos toreros. La pequeña plaza de toros de Céret estaba, como decían los cómicos, «abarrotá». Hace tiempo que manifiesto mi escepticismo por ese tipo de celebraciones. Pensé que el hecho de tratarse de una corrida en Francia le quitaba el incómodo calificativo de fiesta nacional. Tal vez sus orígenes tuvieron lugar en España, pero una corrida de exportación la convierte en universal.
Así que me senté junto a Pedro en la barrera de la pequeña plaza de Céret y, la primera sorpresa de la tarde fue escuchar a la banda interpretando Els Segadors con el público puesto en pie. A continuación las cuadrillas hicieron su paseíllo y los areneros y monosabios aparecieron en el albero tocados con barretinas rojas y fajas y alpargatas. Me fijé que en los distintos lugares del callejón figuraban en rótulos muy grandes las palabras: metges, majoral, espases. Entre el público catalanes franceses, franceses casi catalanes, españoles llegados de España o hijos y nietos de los exiliados españoles que decidieron buscarse la vida allí. Algún torero de Béziers, otro de La Camarga, una ganadería portuguesa y otra de Huelva o de Ávila. Si Dalí proclamó que el centro del mundo era la estación de Perpinyà, la plaza de Céret el día 14 de julio era otro centro de otro mundo. Profano como soy en cuestiones de la lidia iba preguntando a mi amigo Pedro el significado de los pases y la importancia de los lances. Me hizo saber que en los cosos de Francia se le da mucha más importancia al toro que al torero. De ahí que el público sea tan crítico ante el más mínimo defecto del animal. Luego, una vez el toro yace muerto sobre la arena, el mejor aplauso se lo lleva la bestia exangua. Es cruel, tal vez porque se paga para ver la muerte de un ser vivo. Pero a veces el ser vivo está a un par de centímetros de la muerte. Eso es lo que le sucedió a Fernando Cruz sobre las arenas de Céret. Revolcón, un aire de tragedia, el necesario remiendo de la taleguilla y un susto que podía acabar en tragedia en mi primer día de noviciado. En el trance siempre lento de tener que devolver el toro a los corrales sin ayuda de cabestros ni mansos, se puede estar un buen rato. La banda aprovecha para distraer al personal y, tras los pasodobles, se arrancan con la interpretación de L'Estaca, de Lluís Llach.
Entre los asistente veo a un conseller. Me acerco y nos abrazamos como el alguacilillo abraza al diestro antes de darle un trofeo. Le digo que tal vez harían bien en revocar la ley que fuerza a los catalanes a una emigración dominical. Me responde: «A ver si el Constitucional nos echa una mano». Queda claro que el conseller es ante todo un aficionado.

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