31 mayo 2014

#sanisidro14/ tributo heroico a la verdad del toreo


Fotos :: Juan Pelegrín - Las Ventas |

De vez en cuando, la verdad del hombre frente al toro sale de la vulgaridad y adocenada corrección, como la de la víspera y tantas vísperas, y golpea fuerte sobre la piel y todos los sentimientos, sorprendiendo siempre esa actitud que llaman torería, que supera una y otra vez los límites y se entrega al toro a pecho descubierto y se vacía física y sentimentalmente. Y da igual el toro. Se entrega sí o sí en clara muestra de respeto a él. Porque hay tardes en las que las excusas no valen. En algún sitio debía estar escrito: era día para héroes. Y si estaban anunciados con la de El Montecillo no sería por casualidad. Cualquier aficionado, a poco que amase esto de la Tauromaquia más allá del postureo y la epidermis, sabía que Abellán no volvía por casualidad, que Ureña está desde hace tiempo en las vías del tren esperando que le embista uno y que Adame quiere ser figura a ambos lados del Atlántico. No defraudaron, sino que fueron más allá y rindieron tributo como pocos a la verdad del toreo. A los héroes, gracias.

Tarde de emociones y conmociones. Fue Abellán el que abrió fuego yéndose a porta gayola. Declaración de intenciones. Ureña quitó por gaoneras para avisar al personal. Abellán con la muleta, una primera tanda repitiendo las embestidas. Quiso subir la importancia Abellán. Se fue y otorgó distancias, la emoción del toro arrancado, la muleta en la diestra por delante, el tren y la tremenda voltereta como para dejar KO a cualquiera. Pero Abellán se entregó más al toro. El pitón derecho quedó impracticable. Por el izquierdo y en una postura que fue todo sinceridad, robó muletazos de mérito. Nunca más de tres y el de pecho. Le avisó una sola vez por ahí de un gañafón tremendo que se metió por la axila. El torero estaba herido, se sumaba a la paliza. No volvió la cara. Si llega a meter la espada al primer encuentro, era de premio seguro. La enferemería esperaba.

Abellán de blanco y plata, reaparecido en Las Ventas. Con su historia: esa operación hace quince días. Había conmovido. Abellán había vuelto para el toreo y tinto en sangre, hecho un cristo, lo había demostrado. 



No volvería a salir Miguel Abellán de la enfermería hasta el quinto. Había corrido turno con Paco Ureña, que al cuarto le bordó un puñado de naturales de sobria verdad. Aplomado el torero, encajada la cintura. Más pureza imposible. El de El Montecillo no aparentaba nada, pero la zurda del torero murciano seducía y transfiguraba aquella embestida del montón y convertía aquello en toreo caro. La postura, la suerte cargada y ceñidísimo a la cintura. El trazó al natural de Ureña eran de conmoción. Pero el público se ve que estaba a por uvas. Nadie pareció caer en la cuenta hasta que llegó la voltereta, la cornada y la sangre. Ay si Paco Ureña no se llamase Paco Ureña y tuviera galones de figura.

Entraba Ureña a la enfermería tras torerar al natural como pocos y salía Abellán todavía medio grogui para dar cuenta del quinto. La ovación de reconocimiento. La tarde por entonces ya merecía el calificativo de ejemplar.

Miguel Abellán ofreció en ese quinto toda una lección de torería. Su entrega fue total. Enfrontilándose con tremenda sinceridad al toro. Ofreciendo el pecho y la panza de la muleta. La pata adelante, enroscadas las embestidas. Acojonados todos. Porque cuando un hombre se entrega así al toreo y se antoja incansable e indestructible, los corazones se aprientan en un puño y el olé suena emotivo. El toreo así solo puede ser cosa de héroes. Y Abellán, un vez más de blanco y planta, fue héroe. La oreja debió saber a mucho más. A gloria. Por ejemplo.

La corrida de El Montecillo irreprochable por apariencia. Incluso por encima de todo lo normal. Exagerada. Ofensiva y astifina. Grande. Enorme. Pero sobre todo, incierta. Dicen que la imprevisibilidad del toreo es una de sus principales fortalezas. Si lo medimos por ahí, la de El Montecillo fue del todo imprevisble y cuando se le presentaron las telas con sinceridad, la emoción se multiplicaba. Toros listos, encastados, con peligro, con más o menos entrega. El primero embistió fuerte. Muy bajo en intensidad el segundo que dejó a Ureña sin poder profundizar. Un auténtico cabrón el tercero. El cuarto encontró su sentido cuando mejor lo hizo Ureña, y no le perdonó a la mínima que lo tuvo a tiro. El quinto, altón, exigió mando o un carácter de torero enfrente que le achicase su animalidad. Y el hondo y grandón sexto embisió sin entrega. Cada uno fue un misterio.

Joselito Adamé se dobló con el cabrón que hizo tercero. Toro incierto, de presa marcada, de cornadas al viento y giro sobre las manos. Se libró en el mismo inicio de la faena de muleta y lo mejor es que ese toro no engañó a nadie. El sexto no humilló y Adame le plantó cara con firmeza, corriendo la mano en plena quimera. Los pitones por arriba del corbatín y el aguante a valor desnudo.

Tres toreros pasaron por Las Ventas y rindieron tributo a la verdad del toreo. Eso no está al alcance de cualquiera.





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