13 junio 2014

san isidro: el necesario exceso

El toreo siempre tuvo una medida, una medida para todo; la gracia estuvo en la quimera de dar con ella y no cejar en el empeño. Los excesos nunca fueron buenos pretendientes, pero siempre necesarios: el toreo siempre cobró su mayor importancia cuando se abrió paso entre ellos. Pero también fue norma de siempre que por exceso o por defecto alguien acabase pagando el pato a costa del otro o de otros. Por eso, dicen, esto es tan duro. El toreo siempre tuvo una medida. Encontrarla es el quid de cuestión, ese balance pretendidamente perfecto. Mientras, se inventó también el chanchullo. Fue entonces cuando el toreo aprendió a traginarse entre excesos a la baja, la mayoría de las veces según pinta y aconseja la cruda realidad, menos o nada cruda para según quienes. Porque así todo se hacía más llevadero, aunque al final o al principio el encontrar esa medida parezca una obviedad nada del otro mundo. Pero...


Pero hay un momento en el que el exceso todo lo gobierna. Ese exceso se llama San Isidro. Una especie de sálvese quien pueda del que victorioso sólo sabemos que saldrá, a priori, quien ponga la mano a la otra parte de la taquilla. Eso solo es mal menor tras 31 días de persiana levantada. Sin pausa. Un exceso acojonante que este año rizó el rizó. El doblete de Perera con cinco orejones, dos de ellas a ¡un Adolfo Martín! El bravo 'Cartuchero' del Puerto o una tarde suspendida al segundo toro con todos los matadores en la enfermería; Fandiño empujando la Puerta Grande tirándose a matar sin muleta; También el petardo mayúsculo de Morante en la única tarde que se anunció o la decepción con la de El Pilar en día gran expectación; la casta desbordante del 'Vengativo' de Victorino, el 'Tomillero' de Ibán o un Miura embistiendo como 'Zahonero'; la puerta grande de Daniel Luque con la de El Puerto de San Lorenzo, la sincera épica y torería de Abellán, Ureña y Adame en tarde con mucho hule también; la corrida de Parladé, la expres de Fuente Ymbro o la de novillos y toros que echó Paco Medina el de El Montecillo; el toreo al natural de Urdiales, Talavante y el chaval Francisco José Espada; o el derroche de concepto de torería como el de Alberto Aguilar y esa forma de penetrar con la mirada y alcanzar el triunfo de Juan del Álamo; la forma de medir del público venteño a El Juli o Enrique Ponce, pero sobre todo la forma con que resolvieron aquello; ¡Venegas ante los Cuadri! Incluso la repetición de Ritter es un exceso que sobraba; en cambio se agradece el arreón de valor de un Silveti cuando comenzaba todo o el gesto de Román de repetir tras caer de pie en su presentaciación; en exceso por defecto es la bronca injustificada a la terna del día de la victorinada o la macrodiscoteca en corrales con la de Peñajara; más excesos fueron el pijerio del Tendido 11, no apto para todos los públicos, o la rotunda ovación de despedida a Juan Carlos I en Beneficencia. Son pinceladas casi de memoria que deja esta exgeración que ha sido San Isidro 2014.

Por no hablar de que por Las Ventas han pasado cerca de 600.000 personas o que cada tarde prácticamente ha habido algún suceso que alcanzado niveles de trendig topic, por no hablar en millones de euros --¿unos 30.000.000 tirando por lo bajo?-- o en cifras de audiencias televisivas a nivel mundial (unos datos que nadie puede ofrecer exactos) o en contendidos ofrecidos en La Red o simplemente por el valor y valores que encierra esa marca: San Isidro.

Se mire por donde ser mire, todo es una exageración. Una exageración necesaria. Cada vez más necesaria frente a tiempos en los que lo común es eso: lo común y el adocenamiento. Pero llega San Isidro y son 31 tardes, y es el toro y la entrega, y el triunfo abosoluto y son los naturales más meritorios y la casta más intensa y es la exigencia más dura y los fracasos más dolorosos y evidentes.

Lo triste es que han transcurrido solo cinco días y todo ese monstruo no se ha enfoncado más allá con ninguna prentensión. Y no se ha hecho por la mera torpeza de quien lo gestiona, que todavía estará contando los céntimos no vaya a ser que se escape alguno, y tampoco se ha hecho porque quienes somos los encargados de valorar y revalorizar un suceso de tal dimensión, quien más se esfuerza en utilizar media neurona es para acotar (esto nos vale y esto no), según los intereses de quien alimenta su desagradecido estómago, un resultado que engloba --¡por suerte!-- todos los necesarios excesos de San Isidro, que no es más que el mejor y más fiel escaparate de los que es la Tauromaquia. O al menos, sí, este año lo ha sido.




Los premios:

  • Triunfador de la feria: Miguel Ángel Perera
  • Mejor faena: Miguel Ángel Perera
  • Mejor novillero: Francisco José Espada
  • Mejor rejoneador: Sergio Galán
  • Torero revelación: Juan del Álamo
  • Mejor estocada: Uceda Leal
  • Mejor picador: Óscar Bernal
  • Mejor brega de subalterno: Marco Galán (Cuadrilla Javier Castaño )
  • Mejor par de banderillas:  Ángel Otero
  • Mejor ganadería: Parladé
  • Mejor toro:  Cartuchero, nº 109 de la ganadería de Puerto de San Lorenzo .
El Jurado, a petición de varios de sus miembros, decidió conceder una mención especial, fuera de las categorías mencionadas al matador Miguel Abellán por su actuación en la tarde del viernes 30 de mayo.


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