El Soro es el único torero verdaderamente integrado en la valencianía, la conoce y la siente, y de ahí le sale ese toreo vibrante y barroco que podría ser exhibido con éxito en la plantà, para pasmo de propios y extraños. Un toreo meritísimo, por otra parte, pues largas cambiadas de rodillas a porta gayola no sujeta la violenta embestida de un toro en los mismísimos medios ciñéndole chicuelinas y verónicas. El Soro era un vendaval, que entró a los quites por navarras y por faroles, y con las banderillas -pares corriendo atrás, de dentro a fuera, del molinillo- se convirtió en un huracán. Muleta en mano no dio dos a derechas, esa es la verdad, pero mantuvo el tipo pegando giraldillas y descarándose con el toro a cuerpo limpio. "¡Torero, torero!", le aclamaban.
Tras aquella tarde vino una de seis toros en Benidorm, un par de festivales, uno de ellos en València, y luego ya la nada. Las lesiones, las operaciones, el pozo y la vida a la que 21 años después le ha echado un pulso. Ya el paseíllo será una victoria. Xàtiva, Foios y, hoy, València. Un milagro, un sueño: Es el día.
Además, Enrique Ponce celebra el 25 aniversario de alternativa.
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