(Zaragoza, 17 de octubre de 2015)
Un Colchonero de fondo bravo
detuvo un mano a mano que se iba por el camino de la sinrazón.
O el sin toro.
"Liga en redondo una primera tanda en un metro cuadrado, ya siempre entre las rayas. La siguiente se enrosca. Muy despacio. El milagro es que El Vellosino, sin fondo ni raza, siga todavía tras lo rojo. Lo que impacta es la quietud y los pitones pasando por la barriga"
El quinto, que es de Domingo Hernández y se llama Colchonero, parecía que por hechura y báscula seguía arrastrando el mano a mano por el camino de la sinrazón. Lleno hasta decir basta, desagradablemente gradón y una cara pobre, despanzurrada como una alcachofa la punta derecha para más inri. Pero de repente el fondo de la casa Hernández aparece en banderillas. Y lo que no decía nada, entregó unas arrancadas que obligaron a cuadrarse a Trujillo. Su segundo par fue enorme. La plaza en pie. La pasión se aceleraba.
Talavante había estallado, y de qué manera. Y La Misericordia empujaba y retumbaba, feliz, entre la bruma. Si la faena por la izquierda no encontró encaje -un desarme y una violencia por de más-, por la derecha se reunió sin fin. En los medios y apretado. Recogía y soltaba por detrás de la cadera. De entre los remates, un cambio de mano ceñido al eje que marcaba una cintura rota. Quebrado el toreo e intenso, como la embestida de Colchonero
Un descabello y una oreja que no recogió del alguacil, que qué culpa tendrá el buen hombre. Un feo tras un estallido de locura. La del toreo y la bravura. Que si el presidente no quiere, pues dos vueltas al ruedo. Zaragoza es de Talavante.
En el alambre jugó López Simón una vez más y de la nada sacó faena inverosimil del sexto. Sin raza ni fondo... ni atisbo. Pero cuando parecía que no, un muletazo hasta el fin, un cambiado por la espalda, los pitones al pecho
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