17 marzo 2007

alejandro talavante

Por Rafa Mateo.

Alejandro Talavante vino a Valencia y puso la feria así de cara. Con el pasotismo de Morante de la Puebla poniéndole en bandeja el triunfo por comparación, que contó tanto como la condición de sus toros y su tremenda disposición. Fue faena de dos orejas y no fueron otras dos por precipitarse con el descabello en el que cerró plaza. Triunfo rotundo, que además vino a reivindicar a los que no están: Sebastián Castella y César Jiménez, que ayer en Castellón cortó cuatro orejas. El escalafón no tiene otra que aplicarse el cuento.



Talavante venía a presentarse en Valencia y lo hizo con todo. Su primera actitud, echarse capote a la espalda en el segundo, primero del lote de Morante, del que por cierto nada quiso saber luego. Cosas de artistas dirán para taparlo. Pero no. La clásica clasificación de los toreros de arte y valor, técnico y poderosos, con la comparación que ofrecía la tarde -Morante vs Talavante- quedaba en entredicho.Sería preferible que la próxima vez, José Antonio Morante, natural de la Puebla del Río, presentase parte facultativo por ausencia de musas o que haga lo posible por cambiar, ampliar mejor, ése tan “personalísimo” concepto que le cantan. En Valencia vive de rentas pírricas, una faena deslavazada y construida a retales de pinturería un frío 9 d’octubre de 2005, y por todo aquello le esperan, esperaban todavía, como el maná, y la verdad es que ya le va faltando liquidez y la intenta asegurar con no buenos modos. Luego vamos a ello.Primero el protagonista, la sensación, que ha sido Alejandro Talavante. Más que cómo ha estado en sus toros, su tarde al completo. Su actitud, su valor, su quietud, su temple, sus formas, su toreo. Y su capacidad. Porque además de tener todo aquello, este Talavante es capaz de plasmarlo sobre el albero y en una plaza y una feria de responsabilidad. Valencia quedó obnubilada, tanto que cuando le entregaron las dos orejas de su primero, las palmas de la plaza, llena a reventar, sonaron a compás. Reventó con la faena al primero, desde las verónicas de recibo y ese quite por chicuelinas que obligaba a contener la respiración, hasta las pedresinas imposibles cruzándose al pitón contrario que pusieron la plaza en pié. La faena de muleta comenzó con estatuarios en los medios dejándose llegar al toro de lejos: tres, uno por abajo y el de pecho. Más distancia y la muleta a la zurda de primeras. Dos series de naturales con el toro viniéndose, y Talavante asentado e impávido dibujando el toreo por abajo. La distancia y su firmeza y temple tuvieron mucho que ver en la repercusión en los tendidos.Con la diestra a más. Más ajustado, reunido y emocionante, cargando todo el viaje del toro en la panza de la muleta en dos series que no tenían fin. Uno tras otro, el toreo ligado en un palmo de terreno. A partir de ahí recortó distancias y asustó al personal quedando inhiesto rebozándose de toro. La pedresinas luego y una estocada casi entera en buen sitio y un certero golpe de descabello. La plaza un manicomio y dos orejas.En el sexto, tras Barrera haberse tropezado con el parado, inválido y descastado cuarto, y Morante haberlo intentado sin convicción ante el quinto para obtener perdón, que no, Talavante a punto estuvo de nuevo, si no es por culpa de los aceros, de alcanzar los mayores trofeos.Antes, y ahora vamos a ello, a lo que dejamos en suspenso cinco párrafos arriba, en la lidia de este sexto, justamente cuando salía de la segunda vara, mero espejismo, era Alaejandro Talavante quien sujetaba al toro en los medios por ahorrar capotazos. Aunque parecía que iba a intentar lucirse, mandó retirarse a los montados y allí se quedó. Le dio paso entonces al subalterno de tanda que lidiaba, mientras que por detrás aparecía Morante, vestido también como un banderillero, de azul celeste y plata, y los dos queriéndose llevar al toro, uno hacía las rayas para el tercio de banderillas, el otro hacia los medios para hacer el quite del perdón se supone, cuando el turno, del que había desistido, era de Barrera y el toro estaba ya quitado desde hacía ya un rato de las faldas del caballo. La situación: Morante y el banderillero citando cada uno por un pitón y el toro en un tremendo compromiso y un murmullo de aquí qué pasa en los tendidos. Se iba el toro con el banderillero y Morante que se colaba, la escena.Talavante dio orden de déjale que haga, unas chicuelinas de mano baja arrebujadas, que Talavante contestó con otras ceñidas y larga. En el aplausímetro ganó el segundo.La faena otra vez de altos vuelos, siempre el torero metido en la línea del toro y cuando no, cruzado más allá del pitón contrario. Lo que viene siendo el toreo, vamos. Y por faltar, faltó la profundidad del toro y que la dirección de la espada no hubiera tenido ligera travesía para evitar el uso del descabelló en el que se precipitó. La ovación, recibida en los medios, enorme.Vicente Barrera sumó una oreja, insuficiente para el triunfo que necesita, pero importante. La cobró tras una faena en la que Vicente Barrera fue de nuevo ese eje en torno al cual gira la embestida del toro. Mejor los principios, la faena se ensució con demasiados enganchones en su recta final. En la estocada, que quedó desprendida, se volcó. La corrida de Núñez del Cuvillo pues fue baja de presencia, de aspecto anovillado, estrecha y sin demasiadas caras. Justa de casta y fuerza. El mejor lote, sin duda, se lo llevó Alejandro Talavante, la última sensación.

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