16 marzo 2007

ya lo sabía

Esto ya lo sé. Valencia y fallas son sinónimo de caos. Divertido y opiáceo.

Mientras, seguimos contando hasta el final.
Fue llegar las figuras y la plaza se llenó, el ambiente se desbordó, la reventa hizo su agosto, se hizo la vista gorda con el uso de los aceros, el palco aflojó el moquero y el cerrojo de la puerta grande se corrió sin mayores problemas, ahora sí, y se abría de par en par a Enrique Ponce. Como si estuviese escrito, pues igual.

La corrida de Alcurrucén de aceptable presencia salió mansa, abantota y sin clase. Es decir, la bravura no hizo acto de presencia en ningún momento. El que se dejó, se dejó sin más y el que no, presentó complicaciones, las propias del manso. Pero el ambiente festivo desbordado hizo por eludir cualquier contratiempo y con el beneplácito del palco a la tarde se le colgó el cartel de triunfalista. No lo fue más porque esto no son ciencias puras.

Y es que en Valencia, figuras, no hay billetes y triunfalismo, son todo uno. Enrique Ponce, en el patio de su casa, fue el gran beneficiado, que con dos buenas faenas, sin rozar el no va más, abrió la puerta grande y ya son… 35 o más, que yo ya perdí la cuenta.

Al primero, colorado y bautizado con el vulgar nombre de “Alcachofito”, parecía que se la iba a armar. Todo apuntaba a ello. El recibo a la verónica, templadísimo y torero, y la media rebozándose con el toro planeando permitía levantar los mejores presagios. Saavedra lo picó en la yema en el primer encuentro, apenas nada en el segundo. El quite de Ponce, otra vez a la verónica, un verdadero placer para los sentidos.

Pero fue tomar la muleta, y el toro, que tenía la capacidad de ir y venir, no se entregó y salió siempre con la cara a media altura. Fue todo muy suave, sin obligar. Ligado el toreo en redondo y al natural sin apenas molestar, Ponce, eso sí, no se tomó ventaja alguna y toreó ceñido. La faena, que se presumía hecha desde el principio, la tuvo que construir Enrique Ponce tirando de repertorio, sus clásicos molinetes o con airosos remates, y conjugarlos con el toreo fundamental sobre ambas manos, que salió poco profundo por la condición mansa del tal “Alcachofito”. La virtud fue que no hubo ninguna violencia en el nudo, sí en el epílogo cuando el de Chiva se desplantaba rodilla en tierra, el manso le arreó y en un trincherazo por abajo, que fue como un latigazo, lo puso patas arriba al animal. El remate con la espada fue una estocada tendida que escupió y golpe de descabello. La petición y la oreja.

En el sexto, otro manso que siempre buscó los adentros, fue allí en las rayas donde Ponce le hizo embestir. Con tendencia a ir a la suya, Ponce le obligó a bajar la cara y aceptó. Faena menos vistosa, sí, pero más técnica. O era todo por abajo o no era. A la hora de entrar a matar, Ponce desengañó al animal, le cambió los terrenos donde se encontraba cómodo y se lo llevó a los medios, para endosarle un estocada trasera y desprendida que necesitó del descabello. Al primer intento, el público hizo el resto, oreja y puerta grande. Objetivo cumplido.

El Cid no sé fue porque mira, porque le tocó lidiar con el sobrero cinqueño de Martelilla ante el que desistió ante sus, en apariencia, nulas posibilidades representadas en una preclara mansedumbre, mal estilo, molestó gazapeo y una embestida con la cara siempre por arriba. Lo intentó, sí, el de Salteras con ambas manos, y como creyó que no, se fue a por la espada. Haciéndolo todo el torero, tumbó al toro de una entera y caída.

Al Cid bueno, que puede ser mejor por supuesto, se le vio en el tercero, un mansote de Alcurrucén, chorreado, bragado, meano, corrido y calecetero, que se dejó hacer. Del primer tercio, se salió suelto y se cambió sin apenas darle. La faena tuvo un comienzo la mar de torero: unos doblones en los medios para fijar al manso; a partir de ahí el toreo en redondo. Dos con la diestra, la primera larga, con un contenido de seis y el de pecho, y otra más mesurada. Al natural también El Cid se permitió ligar dos series más. A parte, los de pecho, echándose todo el toro por delante de gran repercusión en los tendidos. De la estocada salió El Cid con un boquete en la banda de la taleguilla, pero aún tuvo que utilizar el descabello en dos ocasiones. Fue oreja, porque la cuestión era ir haciendo un camino, el que se desbarató, como hemos escrito, en el sexto.

A César Rincón, que vestía un triste terno nazareno y azabache en su última comparecencia en las Corridas Falleras, le tocaron los alcurrucenes que sacaron las complicaciones del manso. Sin perder la compostura y sin taparse, le acertó en la colocación al primero, fundamental; otro manso que llevó la cara siempre por arriba y que tuvo tendencia a venirse hacia dentro del muletazo. Fue la faena primordialmente a diestras, pero no se le fue sin recetarle tres naturales obligados en dirección a las tablas. La estocada delantera y tendida no fue suficiente y se complicó a la hora del descabello, tanto que sonaron dos avisos.

Un tal “Clarinete” hizo cuarto y tapó siempre sus intenciones de manso. Rincón, profesional, hizo una labor sorda para la masa. “Claro, es que ahí no hay orejas ni mucho menos puerta grande”, pensarían. Fue pinchazo y estocada caída.

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