10 octubre 2007

apuntes de vida de dos días de toros

“La vida no es más que eso, dolor a manos llenas”, con la originalidad justa me parece que me escribí una vez. Tampoco tanto, sólo a ratos, pero soy capaz de matizar ahora sin negar la mayor. Hay también ilusión y otras cosas más, buenas y peores, imagino. Pero al fin y al cabo, vida: así sin más. Verla en una plaza de toros llena de gozo. Como que agita el alma, si es que existe. La vida de la última bocanada, la que cierra una etapa, la de un pueblo reivindicando su identidad en su día, la que cumple un sueño, la que cierra los ojos al golpe y se vuelve a levantar, la que lleva en los labios todavía la miel de la obra casi perfecta, la que da calor al paisano para trazar un garabato de gloria o simplemente la del amigo que vuelve a los toros tras tres o cuatro años de ausencia voluntaria, que ya era hora.

La última bocanada fue la del toro tercero de Pereda lidiado el 9 d’octubre en Valencia. Su lidiador, Juan Bautista, había abreviado. Nula entrega, se defendió por arriba para no embestir por abajo y se mantuvo en sus trece por la escasa oposición. Luego, tras pinchazo y espadazo entero, fue buscando la querencia, aprovechando las últimas bocanadas de vida hasta quedarse sin y caer desplomado. Uno no sabe qué es más bello en esos instantes, si la vida o la muerte.

Antonio Soria "Leño", en su penúltima actuación el pasado 7 de octubre.

La vida que cierra una etapa era la de Antonio Soria “El Leño”, el tercero de Valencia podríamos decir. Veterano y curtido en mil tardes. Fue tercero de toda la torería valenciana. Cerró una etapa en octubre, el día 7 en la sin caballos y el 9 a las órdenes de Víctor Manuel Blázquez, que fue quien le cortó la coleta en presencia de El Fundi y Juan Bautista. "Leño", banderillero eficaz, atento al quite y puntillero atinado. Era torero de profesión y por respeto. Y me gustaría que fuese él el conductor del taxi que fuese a coger, así de casualidad.

Ceremonia del corte de coleta.

El pueblo que se reivindicaba era el valenciano y lo hacía sin el consenso que nunca habrá: minoritarios unos, los otros más todavía (menos mal). Con los sueños muy en el aire, no como los de Guillermo Descals que los apretó bien fuerte.

De Genovés, en la treintena, clareando ideas, la afición acabó por poderle. Lo intentó hace años, siete u ocho. Se conformó una buena temporada poniendo escayola, luego volvió pensarlo, y a soñarlo, hasta que fue de verdad, rodeado de sus amigos, como ese gran tercero que es Domingo Navarro. Los nervios propios, el compromiso de no defraudar, de no defraudarse a sí mismo, de hacer real el sueño, de estar a la altura. Fue en el segundo, cuando se arrancó. Firme, vertical y templado, se le vio sentir cuando ligó en un par de series el tercero en redondo, se iba con el pecho, encajaba los riñones. La vida, la espada, el trance supremo, ahí no. Eso, la vida.

Guillermo Descals, en redondo, tomaba cuerpo su faena. Y el epílogo.

Domingo Navarro banderilleó solo al primero del lote de Descals.

La misma, aunque sea otra, que todavía en los primeros pasos ya ha superado algún que otro obstáculo, y por eso tal vez, vida en ciernes, quiera ser también obstáculo, de esos que arrolla. Él, Sergio Ferrer, a porta gayola, prendido, cierra los ojos y se vuelve a levantar. Le queda todavía qué andar y por soñar. Mucho más que al banderillero Javier Morera, que avisado volvió a asomoarse al balcón intuyendo que el resultado bien podría haber sido el que fue: una tremenda voltereta. La novillada, que sólo lidio dos ejemplares de Flores Albarrán, tuvo casta y nobleza por los remiendo, cuatro, de Hermanos Torres Gallego. Abría cartel Eugenio Pérez, que pese a demostrar oficio, se dejó ir dos buenas oportunidades.

Sergio Ferrer, a porta gayola.

Miel la que saboreaba Juan Bautistas de la belleza de Madrid. Toreo e inspiración, regusto, no compuso de nuevo en Valencia. Plegando trastos, con todos los objetivos cumplidos, el compromiso en Valencia será en mejores fechas, mientras la dejó sin miel. Con ciertas disculpas, porque los de José Luis Pereda valieron más bien poco, y sólo el primero tuvo voluntad de romper adelante y seguir la tela que ofrecía un Fundi hecho un torerazo.

Apuros de Juan Bautista en Valencia tres días después.


La vida, en plural mejor: las vidas, además paisanas, dieron calor a Víctor Manuel Blázquez. Bien lo sabe, suyo fue el animal más movido en el día de Sant Donís, y lo que se le valoró con generosidad fue la entrega de principio a fin en el quinto, no las calidades, temples y firmezas, porque no hubo muchos. Sí calor, calor del bueno, del que derrite cualquier oreja y antes a un presidente.

Quien volvió a la plaza tras ausencia voluntaria ya sabe bien quién es. Bienvenido, aunque las tardes del regreso hayan sido al revés, las buenas llegarán de tanto en tanto.

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