15 septiembre 2009
feria de albacete/ importante corrida de el torero y cornadón para miguel tendero
De repente, un corridón de toros marcado con el hierro de El Torero puso en bandeja el triunfo a Antón Cortés, Alejandro Talavante y Miguel Tendero. Y al final lo que sucedió es que sólo se cortaron tres orejas, que al cuarto se le premió con la póstuma vuelta al ruedo y que Tendero, en pleno afán por alcanzar el triunfo, se llevó un par de cornadas.
Los cuatro primeros animales de El Torero, propiedad de Lola Domecq, fueron de nota. A cual de todos mejor. Bien presentados. Serios por delante. Interesantes, con matices. Y lo que es más importante: bravos y encastados.
El primero tuvo la contrariedad de que no humillaba en exceso, pero en cambio sí que embestía como un tren. Enfrente Antón Cortés, que dio distancia, pero que siempre anduvo con la mosca tras la oreja. Pendiente de que el toro no le ganase la acción, de que no lo sorprendiese, algo que pese a todo sucedió varias veces conforme avanzaba la faena. Y también con la inseguridad provocada por una leve, pero molesta, brisa. Se trataba de un toro al que mandarle, al que romper por abajo y llevar largo. Y como eso no sucedió en su justa medida, el premio final de una oreja tras estocada desprendida supo a demasiado, como si el toro se hubiera ido al desolladero con unas cuantas embestidas de más, y por ello hubo quien protesto la generosidad del trofeo.
El segundo, serio por delante, salió ya descolgando, metiendo el hocico con temple en las primeras capas que lo recibieron. Alejandro Talavante hizo en redondo el mejor toreo de la tarde. Muy despacio y muy hondo. Fue algo así como reencontrarse como el Talavante auténtico. Ese al que le cruje la cintura de tanto que se asienta en sus riñones, se atornilla a la arena y corre la mano con sello propio. Lo dicho, lo mejor de la tarde ver el trazo sutil del Talavante y la embestida templada del ejemplar de El Torero. Primero una serie a media altura, luego otra profunda toda belleza, y otra más de idéntico perfil pero más larga y mandona, enroscándose el toro a la cintura tanto que ya luego nada sería igual. El toreo de verdad al toro le pesa más que un puyazo y ésta era la prueba. Al natural quedó algo para extraer, pero poco más. Talavante tenía el triunfo, pero lo lanzó cuando se puso en modo pinchauvas, que es algo también muy suyo.
El tercero subió en vibración y obligó a apuntar que "lo de El Torero va para nota". Un toro de los que planea que da gusto, pero con motor. Tendero se entrega. Distancia y muleta por delante. Cuando iba cuajando confiándose en el toreo sobre la diestra, llegó una voltereta fuerte. Era la respuesta de la casta, la demostración de que la película no iba de toros de carril y facilones, de que tal vez por eso enfrente andaba esa terna y no otra.
Tendero tenía que bajar la mano y alargar el brazo hasta donde le daba de sí, conducir a aquella tromba que hacia la boca agua a los aficionados, que parecía que tocaban techo con la corrida justo antes de la merienda con ese toro importante de nombre Triguero al que Tendero le había cortado sólo una oreja tras pinchazo y estocada.
Pero el premio gordo en forma de toro todavía estaba por llegar con el tal Jarocho de la ganadería de El Torero, nacido en noviembre de 2004, marcado con número 17 y de 510 kilos de peso, que saltó en cuarto lugar. Paciencia: la primera impresión fue que blandeaba ligeramente. Pero los fantasmas se fueron despejando y Jarocho se reveló como un torazo de embestida pronta, incansable, larga y humillada, con todo eso que exige la tauromaquia moderna de clase y duración y que se resume en casta, bravura y nobleza. Un gran toro como para emborracharse, para disfrutar y hacer disfrutar.
La lástima es que Cortés no estuvo a la altura de todo lo que ofrecía el toro. Que bien sí que estuvo, pero no al nivel que marcaba el tal Jarocho. La demostración fue a la hora de la espada cuando el toro todavía estaba como para volver a empezar a seguir la muleta y Antón Cortés daba un recital de pinchazos. Los toros bravos no debería acabar nunca de un golpe de descabello, no. Pero al menos sirva de compensación una merecidísima vuelta al ruedo, que está muy por encima a la del pasado jueves a uno del Cuvillo con el que triunfo Sebastián Castella.
Ahora sí, el listón quedaba inalcanzable para el resto de la tarde. Quinto y sexto ya serían otra cosa, pero también con su interés. Mansote y distraído el segundo del lote de Talavante. Con tendencia a escarbar, a irse suelto y a blandear. Sin gracia, vamos. Pero aún así, con cierto fondo del que extraer algo de positivo, como la colección de muletazos templados que dejó el extremeño para al final construir una deslabazada faena por inoportunos enganchones, un desarme y una perdida de manos que en la recapitulación no pesaron tanto como lo bueno, a lo que hay que sumar una lenta estocada, para justificar la petición y concesión de una oreja.
Y salió el sexto, un toro guapo por sus hechuras y trapío, por la finura de cabos y por esas seriedad engatillada por delante. Ay si llega a embestir como tercero o cuarto. Pero evidentemente no lo hizo. Flojeó sin demasiado descaro, manseó en varas y se tapó muy pronto, tanto que Miguel Tendero tuvo que ir abriéndose paso entre los pitones para alcanzar la puerta grande, y andando por allí, con el toro guardando su terreno, la respuesta ante el abuso no se de hizo de esperar. Tendero se desplantaba, le cogía de un pitón, el toro avisaba primero y luego le metía un par de corndas de 30 y 15 centímetros en el muslo izquierdo que dejaban al jovén matador listo para el hule.
Era el final infeliz de lo que había sido una importante corrida de los toros de El Torero.
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