La afirmación no la hago propia y no es por puro empecinamiento. Aunque sí es cierto que esta temporada, por factores generales que han afectado a la gran mayoría, por no decir todos, de los sectores económicos, en el campo se han quedado excedente de más de 2.000 toros sin lidiar y el número de festejos ha bajado considerablemente respecto a otros años, lo primero como consecuencia de los segundo.
La fiesta, como todos los sectores, tendrá que reajustarse a una nueva realidad económica, que esperemos que cambie en busca de una mayor sostenibilidad y coherencia. Pero afirmar la decadencia de la fiesta de los toros por este curso 2009 no es posible cuando en la últimas dos décadas es cuando más festejos se han celebrado en toda la historia. O es que además de los toros el sector de la construcción, por ejemplo, también está en decadencia: En comparación en las últimas décadas se ha construido y vendido mucho, y este año justo todo lo contrario.
El problema de la fiesta está en su interior y lo arrastra desde hace demasiado tiempo. Y es, por así decir, algo intrínseco a su propio carácter, lamentablemente. La celebre cita de Domingo Dominguín que recoge el reportaje es más que clarficadora:
Domingo Dominguín, personaje bohemio, empresario taurino y apoderado de toreros, vaticinó el negro futuro de una fiesta que no supo quitarse la caspa y el tinte franquista que acompañaban a fútbol y toros, los dos fenómenos de masas del régimen: "Los toros son un espectáculo brillante en manos de mediocres. El fútbol, lo contrario".El problema es lo mal que lo hemos sabido explicar o que no hemos sido capaces de hacernos entender y respetar. La idea me viene rondando ya varias semanas. La comentaba el otro día con el fotógrafo Javier Arroyo y ya lo escribí por aquí:
¡Qué mál que hemos explicado la fiesta y que mala la actitud con que generalmente la vivimos y que mal ejemplo dan, por rancios y conservadores, los que la manejan!
Pero eso no significa que la fiesta esté en decadencia. Mientras en España el 'cártel' taurino-mediático pincha y corta a su antojo ofreciendo un espectáculo que a menudo suele dejar bastante que desear, y en Catalunya el aficionado está a punto de ser empujado al precipicio tras haber recibido una buena colección de zancadillas llegadas desde cualquier flanco --porque el sector taurino por Catalunya ha hecho más bien poco, porque no sabe invertir, porque su afición es más hacia el vil metal que auténtica y verdadera--, y entre otras ya hace un tiempo que se prohibió la entrada de menores de 14 años a las plazas de toros, el ejemplo de que la fiesta no está en decadencia lo encontramos al otro lado de los Pirineos.
Mientras en Catalunya los menores de 14 años no pueden poner un pie en una plaza de toros, unos kilómetros más al norte, en Francia. En Vic-Fezensac es posible encontrarse con un grupo de escolares de visita cultural por la plaza de toros, a la hora del sorteo, por los corrales o en el mismo ruedo, conociendo los entresijos de un día de toros y la propia historia de la fiesta de forma directa.
Es la diferencia y la necesidad a la que aboca esta realidad. Que ese espectáculo único y "brillante" como decía Domingo Dominguín se libere de las ataduras conservadoras que lo han venido manejando y que lo han llevado a esta situación en pleno siglo XXI en el que los políticos no serán capaces de ponerse de acuerdo en Copenhague para poner los medios para frenar el cambio climático que afecta a todo el planeta, al menos hasta que no le encuentren cuantiosos beneficios. Pero, en cambio, sí que serían capaces de abolir la fiesta de los toros, pese a todo: la tradición, la libertad, el valor ecológico o el arte; y hacerlo en nombre de una supuesta moralidad y por obligación de toda la humanidad --dicen-- de avanzar hacia no sé sabe qué progreso que por el simple hecho de no existir las corridas de toros no hará mucho mejores. Lo dicen y se lo creen.
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