12 marzo 2010

magdalena 2010/ josé tomás y julio aparicio triunfan gracias al toro moderno



11 de marzo de 2010. Feria de la Magdalena. Plaza de toros de Castellón. Toros de Jandilla para Julio Aparicio, José Tomás y Abel Valls. Galería.

Todos contentos, al parecer. Triunfaron Julio Aparicio y José Tomás en Castellón gracias a ese engendro que es el toro moderno y que en Jandilla tiene una factoría de reconocido prestigio. La tarde de reventón, pues, salió a pedir de boca y lo único que queda es decir: así nos va.

El toro moderno donde más luces es en las plazas de primera de escaso criterio y sobre todo en las de segunda, como Castellón. Éstas son su paraíso. Ahí vale casi todo, y el toro moderno campa a sus anchas sin que nadie se rasgue las vestiduras ante la ausencia de casta, el derroche de mansedumbre, el escaso trapío, la prostitución de la suerte de varas y de la lidia entera.

El toro moderno es ese animalito que anda por el alambre de lo que es 'ser toro' y de lo que es 'ser no toro', que apenas impone respeto, ése al que la bravura no se le mide por temor a que enseñe demasiado las vergüenzas de esa fiesta para la que se exige respeto; es ese animalito que transcurre por un ruedo en el que impera la ley del mínimo esfuerzo, y que, llegados al clarinetazo que anuncia que el maestro de turno va a tomar la muleta, se mueva cuanto más mejor, pero sin molestar, no vaya a ser que luego los pañuelos orejeros no puedan florecer en los tendidos para pedir los trofeos para el maestro, hoy Julio Aparicio y José Tomás. Porque Abel Valls todavía no ostenta título de maestro, tal vez fuera por eso, no tuvo gloria.

Sin duda José Tomás era el gran protagonista de la tarde. Y morrocotudo fue el chasco cuando su primero fue un manso rajado y huidizo --la de rajados y huidizos que hemos visto en tres días de toros en Castellón--, castaño, serio de mirada en apariencia y pasado de kilos (550) para tan poca caja. No quiso saber nada de la muleta, pese a ser mimado, y buscó siempre los adentros. José Tomás lo dejó todo en vanos intentos y fue breve.

Lo dicho, un auténtico chasco que dejó a los tomasistas de aluvión con un palmo de narices y con la duda: ¿tanto para esto? Tuvieron suerte con el quinto. Sí, para el caso puede decirse que el dicho se cumplió. Negro mulato y suelto de cartes, el toro fue recibido por José Tomás con un manojo de verónicas rodilla en tierra rematadas con una larga en misma pose. Iba a ser y así todo transcurrió según la neotauromaquia.

José Tomás se fue a los medios, brindó, se puso en posición y ofreció unos estatuarios de infarto marca de la casa. Uno de ellos auténticamente imposible. Y la locura se hizo. Más que José Tomás, natural de Galapagar, era el mesías para muchos de los allí presentes.

A los estatuarios les siguió una tanda con la diestra sin apreturas, en línea recta. Trato adecuado para el toro moderno, sí que sí. Otra más y paso al natural. Ahí creció la faena, José Tomás aportó profundidad, mano baja, cintura encajada, el compás abierto... y el natural largo y ligado sin enmendar los terrenos en el mismo centro del platillo. A más conforme conseguía llevar al toro embebido en el faldón y rematarlo atrás en la cadera. Y el toro moderno dio de sí porque es al fin y al cabo lo único que se le exige.

Por faltar, faltó una velocidad de menos. Pero un cambio de mano, una serie enfrontilado con la zurda por delante, un parón, una mirada de escalofrío, cómo se resolvió ésta, con un leve toque de muñeca, y un par de sabrosos trincherazos culminaron una faena de nota resuelta de espadazo en buen sitio.

El toro moderno no había defraudado, pese a que las únicas emociones llegaron por el estoicismo josetomasista, su firmeza, una mirada a escasos centímetros de las lentejuelas y el natural profundo. Todas las preocupaciones de la tarde quedaban resueltas: José Tomás había cortado dos orejas.

A Julio Aparicio no hace falta que le cuenten qué es el toro moderno. Le tocaron dos bombones de Jandilla y con muy poco obtuvo demasiado: una y una, y puerta grande. Sus dos trasteos fueron breves. Con más gusto el primero, más aliviado el segundo; rematados ambos de ciertos detalles y de dos certeros espadazos. Bueno de verdad el primero. El que abrió plaza, un mulato de trotecillo alegre, que fue a más tras quedar inédito en el primer tercio. El que hacía cuarto, proporcionado de hechuras y más puesto por delante. Lució tranco bueno de salida y ahí, es de agradecer, Aparicio se estiró a la verónica con despaciosidad y gusto. Cosas de artistas.

El más necesitado, el castellonense Abel Valls, se quedó sin toro con el anovillado tercero que saltó en tercer lugar. De fuelle corto, al parecer venía con defecto de fábrica. Valls alargó la faena en un arrimón ante la nada.

La última carta la jugó con el sexto, una raspa sin remate que hacía dudar del peso que marcaba la tablilla, y más si se ponía al lado el larguirucho Abel Valls, a quien sus dos jandillitas no le llegaban ni a la entrepierna.

El castaño sexto no iba sobrado de viaje. Ya lo enseñó de salida recortando en el saludo de capa, pero sin malas intenciones. Solución: perder unos pasos para ligar y rematar los muletazos. Valls no la encontró por el derecho, por donde protestaba algo. Sí al natural. Por momentos recordó la zurda que se disfrutó el año anterior. Naturales imperfectos de temple, pero trabajados y meritorios, además de algún que otro achuchón. El esfuerzo era de premio, pero seis pinchazos y estocada impidieron el cuadro perfecto y triunfal. Cosas de aceros, porque el toro moderno puso todo de su parte.

Por cierto, al toro moderno y a la fiesta que lo amapara denle la importancia justa, más bien poca. No vayan a creerse que esto es la repera, porque no lo es.

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