25 abril 2010
el bravo de verdad se quedó sin premio
La corrida de concurso de Zaragoza, le pese a quien le pese, fue un espectáculo. Porque el toro por una vez volvió a ser el centro de todas las cosas. Aunque la plaza estuviese repleta de aficionados --los del autobús y poco más-- más papistas que el Papa o que los matadores y cuadrillas no estuviesen comprometidos del todo con el espectáculo en cuestión y sobre todo, porque el jurado erró de todas todas en el premio más importante, el del toro más bravo, que a saber las razones por las que se lo concedieron al de Ana Romero cuando el más bravo de la tarde fue el tal Quesero de Partido de Resina (antes Pablo-Romero); pese a todo esto la corrida fue un disfrute, aunque empezó con mal pie.
El Palha salió con pies, desplazándose, humillando y apretando. Cuando lo intentaron cerrar en el burladero de la segunda suerte apretó y acabó estampando a Francisco Javier Rodríguez contra la tronera y corneándole de gravedad en el muslo izquierdo. El Palha, de nombre Peluquero, cumplió en tres varas metiendo la cara con fijeza, pero blandeando. A la muleta llegó con la boca cerrada y Padilla, su lidiador, no se confió ante el escaso celo del toro. Bajonazo para acabar con un toro que aguntó la muerte hasta el último suspiro.
El de Partido de Resina, --Quesero, número 39 nacido en marzo de 2005 y con 536 kilos-- fue hacerse presente y llevarse una ovación de lujo. Guapo como él solo, haciendo gala de las hechuras que, entre otras cosas, dieron fama a su estirpe. Engatillado, chato, ancho de pechos, bajo de manos y cárdeno claro. Galopó por el ruedo y al capote con alegría, con la misma con la que fue a su encuentro con el picador, en este caso Juan José Esquivel, que se llevó el premio por el mejor tercio de varas. Medido y equilibrado. El toro se arrancó de lejos con alegría por cuatro veces, empujó con fijeza y no se vino abajo en lo que vino después. Boca cerrada. Al contrario, mantuvo el interés y embistió pronto y descolgó cuando lo mandaron, que eso fue lo que le faltó. Hasta el propio Rafaelillo debió verse sorprendido por las arrancadas que le brindó, que no invitaban a la pelea; al contrario, pedía el toreo pero sin dar facilidades. No dio con la tecla Rafaelillo, que optó por el efectismo sin sentido. Un bajonazo no hizo mella y optó por un descabello para el cual no era momento. Sonaron dos avisos y el tercero estuvo en un tris decantar la lidia a favor del pablo-romero, por si no había quedado claro.
El negro de Prieto de la Cal era todo fibra, pero pobre de cara. Fue al caballo en cuatro ocasiones pero casi sin querer. Al paso, sin alegría ni fijeza. Humillar no era lo suyo y por el derecho se acostaba. Serranito no gobernó y el toro se creció en sus complicaciones. Era toro de lidia sobre las piernas. Otro bajonazo.
Al Cuadri, largo, pero sin badana del encaste, Antonio Montoliu lo masacró en tres varas que valieron cada una por dos. Una auténtica sangría y poco medida de la bravura que tenía. Pese a todo, mucho que torear. Y así se le exigió a Juan José Padilla que se le vio incómodo y acabó de bajonazo para variar.
Lo mejor que se vio en el toreo de capa fue el recibo por abajo, flexionando la rodilla, de Rafaelillo al de Adolfo Martín. Tomó cuatro varas a regañadientes, escarbando --fue el primero de la tarde que hacía este gesto tan de manso--. Ecijano II le sopló un tercer par digno de reseñar. Y en el último tercio el adolfo se tornó en la peor de las alimañas, tirando a dar, yéndose al bulto descaradamente por el derecho. Rafaelillo se libró por cuatro veces y lo poco que hizo lo sacó porfiando el natural. Para matar no fue fácil.
El de Ana Romero salío con temple ideal para el torero. Haciendo el avión y descubriéndose por el izquierdo. En el peto no lució. Fue al caballo a regañadientes, escarbando, llegando al paso para luego no empujar con fijeza. No era bravo, pero el temple, con intermitencias, le seguía quedando. A Serranito le costó llegar y cuando lo hizo, fue sin compromiso. Retrasando la pierna y presentando peor imposible la muleta. Aun así, el pitón izquierdo se volvió destacar. Por ahí era el toro el que se toreaba persiguiendo los vuelos de una muleta que volaba de cualquier manera.
Y ahí se vivió la lucha de egos entre puristas y orejistas. Una estocada, la menos defectuosa de toda la tarde, sirvió para que se le concediese una oreja de escaso peso y se unieran voluntades tan dispares. Para Serranito el premio al mejor lidiador y para el de Ana Romero, el premio al más bravo. Servidor se fue de la plaza sin entender de esto, pero acordándose del tal Quesero de Partido de Resina por lo guapo, por lo alegre, por lo fijo, en definitiva, aunque sin ser súmmum, por lo bravo. Por la diferencia que había marcado con el resto.
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1 comentario:
Le felicito por la información, que nos compensa de tanta y tanta crónica especializada, donde se hace abstracción absoluta del toro.
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