27 julio 2010

catalunya no debe prohibir las corridas de toros


Mañana probablemente será un día muy triste para quien esto escribe y para muchos más. Otros, muchos también, brindarán con cava. Si esto sucede es que el Parlament de Catalunya habrá prohibido las corridas de toros con muerte, lo que será la gran victoria del nacionalismo en tiempos de democracia.

Porque 35 años han bastado para que se cerrase la plaza de Las Arenas (1977); se prohibiese la construcción de nuevas plazas de toros; se cerrasen Girona, Lloret de Mar, Figueres, Olot, Tarragona y algunas más, paulatinamente; se impidiese el acceso a los menores de 14 años; decayese la afición o se declarase a Barcelona ciudad antitaurina olvidando de repente varios siglos de historia, para que al final sólo queden ante el pelotón de diputados abolicionista de mañana los 18 festejos que se celebran al año en La Monumental de Barcelona.

Esquerra Republica de Catalunya --la misma en la que militó un Lluís Companys al que por asistir a los toros no se le degradaba su catalanidad-- o Inicitiva, en compañía de algunos conservadores y corruptos de CiU o el PSC, lograrán lo que les fue imposible en su momento, por ejemplo, a la hora de derribar el monstruo de la dictadura.

Su Catalunya ideal, la que unos por otros han ido modelando a su antojo, dará un paso más. La prohibición con la excusa del apoyo animalista servirá para decir que su Catalunya es más civilizada y moderna. Se darán la enhorabuena, brindarán y se abrazarán entre sí encantados de sentirse superiores moralmente, tan buenos, modernos, educados y amantes de los animales en su jungla de asfalto, muy por encima --¡por supuesto!--de los amantes de la tortura que son los aficionados y todos los taurinos, esos inmorales por fin derrotados.

Lo que el domingo y hace varios siglos atrás era un espectáculo libre, al que se accedía previo pago de una entrada siendo mayor de 14 años en Catalunya, 72 horas después se va prohibir, aunque habrá que esperar hasta el 1 de enero de 2012 para que dicha prohibición entre en vigor. ¿Qué pasará en ese tiempo? ¿El antitaurino ingnorará los festejos en Catalunya? ¿Dejarán de importarle los animales que se van a 'torturar' en los festejos ya anunciados en La Monumental para el próximo mes de agosto una vez ya han coseguido la prohibición? Todo eso ya se verá. Lo que se habrá conseguido es la prohibición de la corridas de toros, la imposición moral y muchos se colgarán con orgullo la medalla.

Por eso, porque Catalunya está (o debería estar) por encima de inquisidores de la moral y afanes de superioridad, las corridas de toros no deberían prohibirse en Catalunya. Porque la democracia no se sustenta en la prohibición ni en la imposición, sino en el respeto.

Pero la realidad lo pone a huevos y en plena agonía darle la puntilla y apuntarse la victoria es lo fácil. La fiesta de los toros en Catalunya es un espectáculo decadente. A esta situación se ha llegado gracias a los encauzamientos políticos en treinta y pico años de democracia y, sobre todo, gracias al pasotismo e inoperancia de los máximos responsables de la cosa taurina tanto en Catalunya como fuera de ella, que han venido a convertir la fiesta en los que es: "Un espectáculo sublime en mano de mediocres".

Así, mañana Catalunya no debería prohibir las corridas de toros, pero probablemente lo hará. En su mayoría, los parlamentarios votarán mañana desde el desconocimiento que supone no haber asistido a una corrida de toros o tras haberlo hecho esporádicamente y sin noción alguna, y sólo con intereses electoralista de por medio. Y votarán horrorizados por la muerte del toro tras su lidia y seguros de poseer un alto grado de sensibilidad y civismo, ignorando qué será del toro después --que con 18 corridas menos tampoco pasará nada grave, sólo que esos toros acabarán lidiándose en otras plazas--, y despreocupados quedarán que poco o nada les importará lo que venga después que lo mismo como si desaparece una especie que niegan, pero que ha forjado su carácter a lo largo de más de diez siglos de historia en torno a la lidia.

Voten lo que voten, señores diputados del Parlament de Catalunya: los que aman y defienden la fiesta, y por lo tanto son los primeros en defender y proteger al toro, no andan por debajo de ustedes en civismo, moral o sensibilidad. Cuanto menos, les van a la par.

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