08 julio 2010

esto es fútbol


Foto :: AP |

Tengo que confesarlo: mi grado de patriotismo ha quedado indemne tras disfrutar, sufrir, gritar, comerme varias veces el televisor y emocionarme viendo a la que en 88 años --que son los años que tiene mi abuelo-- es la mejor selección española de fútbol. Con el patriotismo de tantos otros no ha sido así, estoy seguro. Los que ya de por sí lo llevan subido, ahora lo tienen un palmo más arriba de las nubes, los que pensaban que un gol de España no les levantaría del sillón deben sentirse, cuanto menos, un poco raros con su cuerpo y los que andábamos a medias estamos que ni nos los creemos.

Pero es verdad. Esto es mucho más que todo eso. Mi DNI, que ya dice lo que soy, no ha aumentado en un par de cifras, ni mucho menos, por este momento histórico. Lo mismo que el de todos y todas. Porque no se trata de patrias ni nacionalismos ni de diferencias ni de culturas. Se trata de un conjunto memorable de jugadores fútbol, posición por posición, en el plano deportivo y en el humano, que juegan y ganan como nunca y arrastran un carro al que apuntarse cuesta lo que una bocanada de aire.

Porque el fútbol es grande cuando te emociona, lo juegas como nadie, lo disfrutas y, además, ganas en la antesala de una cita para la historia. Eso lo ve hasta mi madre, que a sus 58 años me llamó loca de contenta al acabar el Alemania, 0; España, 1: "Es el primer partido de fútbol que veo entero y lo he visto sola. ¿Tú lo has visto? Ha sido muy emocionante. ¿Has visto el gol de Puchol? ¿No? Porque... ¿Ha sido Puchol el que ha marcado, verdad? ¡Qué emoción! ¡Estamos en la finaaaaaaal!"

Tan desatada la he visto que no he podido ni contenerla a ella, que de patriotismo anda normal. Pero así todos, o casi todos, los que se han apuntado a un carro que permite soñar. Aunque habrá siempre quien meta la pata negando la obviedad o ensalzando la gesta de La Roja hasta límites insospechados. Politizar esta victoria será un error aunque yo ahora mismo puede que lo esté haciendo: cualquier tesis nacionalista, venga de dónde venga, se queda corta y lo que es seguro es que no entiende de emociones.

El mejor ejemplo, el gol y su autor. Carles Puyol, catalán por los cuatro costados y, de postre, antitaurino --con lo que han rajado de él con muy mala baba ciertos periodistas taurinos-- , ha hecho gala de una bravura infinita, se ha arrancado de lejos, como un toro ha metido la cara y rompiendo la pelota ha abierto la puerta a la final de un Mundial por primera vez en la historia a la selección española. Así es.

Y ahora, la final el próximo domingo en Johannesburgo ante Holanda. Pasará lo que tenga que pasar. Nuestro juego no admite dudas y no cambiará. Quien tiene que ver a qué juega es el rival. Al cerrojazo las selecciones menos civilizadas --futbolíticamente hablando--, excepto Suiza, no han podido. Y Alemania, que buscó golpear aprovechando los errores, ahí está: luchando por el tercer o cuarto puesto.

En este carro se sueña, subirse es gratis y los prejuicios de nada valen. Esto es fútbol, esto es la final de un puto Mundial y yo la pienso ver con mi abuelo y me parece que con mi madre también.


PS: Una canción de recuerdo para el crack del banquillo, Vicente del Bosque.

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