27 agosto 2010

aste nagusia 2010/ tarde de buen toreo más allá de los despojos



Tarde para el torero. Para Ponce, El Juli y Manzanares. El ganadero no puede decir lo mismo. Los de El Ventorrillo, un lote con una presencia muy de Bilbao, vinieron a confirmar lo últimamente contaban. Dos rajados, el quinto fue devuelto, otro flojo y muy bajo de casta. Al final, valieron dos solamente, pero no fueron precisamente para tirar cohetes. El sobrero de Ortigao Costa colorado, ojo de perdiz, con una pizca de casta, puso la diferencia.

El de Ortiga Costa salió como quinto (bis) y le correspondió a El Juli, que no sé si alguna vez habría lidiado alguno del hierro portugués. Tal vez alguno, pero más bien pocos. Se le fue a Ponce, que estaba junto a Manzanares durante el tercio de varas, y no tuvo otra que pegarle un lance. La mirada que le echó a su Josemari del alma fue como diciendo, el tiempo que hacía que no veía uno de estos.

Noble y con facilidad para humillar el Ortigao tuvo la casta y motor suficiente. Además, le picaron más o menos en el sitio, sin rectificar ni abusar y El Juli estuvo más que fino en cuanto a temple.

Si con su primero dos tandas que le pegó fueron fuera de cacho y tan en línea recta que al del ventorrillo le puso a huevos el raje, al de Ortigao Costa se lo enroscó de lo lindo y se colocó mejor. Faena muy por abajo ante un toro con la casta suficiente como para soportarlo. Llevándoselo hacia atrás con suma facilidad, tanto que Bilbao para acabar de sorprenderse necesitó de un arrepretón en el circular. El toro no era precismente la tonta del bote, oiga. Noble, sí; pero con su castita. La estocada, caída. Y oreja. Despojos.

Porque esta crónica pretende ir más allá de los despojos porque no entiende porque la oreja de El Juli cuando la de Ponce Matías la mandó al carajo. La petición, pata a pata; la estocada de Ponce era desprendida y la de Juli, caída.

Además, el toreo más meritorio fue el que ejecutó Ponce al cuarto. Muy a media altura hacía las cosas el toro hasta que su paso por el peto fue remedio para que humillase.

La faena la llevó Ponce a los medios. Y antes metió a Matías en el canasto, que mandó tocar a la banda, que al toro. Cuando sonaba el pasodoble, el toro dijo muy buenas y se rajó. Frente a la puerta de arrastre le tocó a Ponce buscarle las vueltas al rajado del Ventorrillo.

Por aquí, por allí, y zas. Ponce la puso al morro, lo templó, se lo llevó atrás, remató el muletazo cuando parecía que el toro se abría, le ganó el paso y otra vez encima y la muleta al morro y Ponce doblando la voluntad huidiza del animal. Fueron dos series tremendas, capítulo de obligada lectura en cualquier tratado de tauromaquia. Estocada con baja tendencia, petición, la vuelta y la bronca al palco. Lo que pasa.

Manzanares le puso enjundia y empaque a lo suyo. Sino, no sería Manzanares. Su toros muy parejos en comportamiento, no deben alegrar al ganadero. Muy boyantes, pero escasa entrega. Al primero, bien picado y banderillado de forma excelente por, sobre todo, Trujillo y Blázquez, Manzanares lo cuajó al natural. Sin acople en el inicio a derechas, con la primera serie al natural puso aquello en ebullición. El toro galopaba con la cara a su aire. Sin acuerdo por el derecho, magnífica sorpresa al natural. La segunda, menor. De nuevo en redondo y el toro ya entregado. El final, otra vez al natural, exuberante en sus remates. Y la estocada honda acabó hundiéndose, pero fue insuficiente y necesitó del descabello.

Se le esfumó el triunfo, una oreja que agarró con el espadazo, que le va a la zaga al de Urdiales, que le propinó al sexto. Faena repleta de detalles, pero sin un hilo conductor claro. Un argumento difuminado repleto de bellos pasajes porque es Manzanares.

Y así, más allá de los despojos de más y de menos, quedó el toreo de Ponce, El Juli y Manzanares en un día en que Vista Alegre lución espectacular con un lleno de no hay billetes.

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