Que esto está montado al revés quedó más que claro con la Feria del Toro recién terminada. Pamplona sirvió para abrir los ojos. La personalidad de los sanfermines es arrolladora y no le hace falta plegarse al sistema, aunque tampoco puede catalogarse de feria antisistema, porque el caso es que también cede un pequeña cuota, que, visto lo visto, no puede evitar no quedar en evidencia.
Sí la desde el 5 de julio con la novillada cada tarde había sumado y el toro había tenido su importancia y el toreo había sido padaleado hasta por las peñas, fue llegar las figuras y su toro bajar cuarto y mitad, y la casta tornarse en bobaliconería y todo en un conjunto de enorme previsibilidad con su justa importancia y poco más.
Pero a lo que íbamos. Pamplona nos abrió los ojos por comparación y nos dejó nuevos nombres para nuevos carteles que sean capaces de sacarnos de la rutina de los feriantes de postín, salvo contadas excepciones.
Está claro que Gómez del Pilar, Román y Gonzalo Caballero son los tres tenores de la novillería actual. A frescura, ilusión y a valor virgen no les gana nadie. Son futuro y hacen falta. Pero también hay que encontrar presente, y Pamplona tiene esa virturd.
Del San Fermín 2012, la Feria del Toro ha contrastado varios nombres con capacidad suficiente para funcionar y renovar carteles, aportar competencia y, si se lo proponen, tratar de mover la silla a los que están arriba.
Sin duda, las sensaciones de Saúl Jiménez Fortes fueron las más fuertes. Encajado, valiente hasta decir basta y con esa capacidad para sacar lucimiento y profundidad de donde aparentemente no la había con aquellos fuenteymbros. La torería de Javier Castaño, una vez más con los miuras, y aquel faenón, le dan categoría sobrada de maestro en tauromaquia. Gusto, temple y la naturalidad del valor. A este no lo ha descubierto Pamplona, pero sí que lo confirma como ejemplo actual y de futuro.
Iván Fandiño y David Mora, en el año de su apuesta fuerte, llegaron a Pamplona con la facilidad de quien mide la carrera de fondo que es la temporada. A donde muchos ni llegan o acaban ahogándose, a Pamplona, con su toro y todo su exceso, Mora y Fandiño pasarón abriendo la puerta grande con una corrida noble y completa de El Pilar.
Y ya llevámos cuatro nombres. Pero también habría que añadir a Antonio Nazaré, que puso el toreo más bello tal vez que pasó por Pamplona, o a Fernando Robleño, y más aún tras lo de Céret.
Seis nombres, y seguro que dejamos alguno. Novedosos, reivindicativos, con futuro y en su momento oportuno, como para adquirir mayores responsabilidades en las ferias con carteles que los respeten o, en el mejor de los casos, que les abriesen los platos más selectos entre los Juli, Morante, Manzanares, Ponce, Perera o Castella, claro, si esto no estuviera tan montado al revés.
Porque Castaño destacó con la de Miura. Fortes con la de Fuete Ymbro. Fandiño y Mora con la de El Pilar. Nazaré y Robleño con la de Cebada. Y hasta el Eduardo Gallo, el nombre que no faltaba, con una corrida a la contra de Dolores Aguirre se sacó cuatro naturales de la misma manga como pidiendo paso. Y con Gallo van siete nombre, siete, que se han destacado en Pamplona.
Lo que sucedió con las corridas de las figuras --Victoriano del Río, Juan Pedro Domecq o Torrehandilla-- fueron más un problema --pese a la buena faena de Perera o la revolución del 'pirata' Padilla-- y empañaron los excelentes de resultados de la primera parte de la Feria del Toro, tal vez la única parte que puede llarse así.
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