Ponce, a quien ayer le presentaron un libro que repasa su carrera de forma estadística (obra de Paco Delgado y editado por Avance Taurino; llenazo auténtico), ahora que vive en el centro noble de Madrid dice que tiene en el garaje de casa el carretón de entrar a matar y que muchas veces echa la tarde o la mañana entrenando allí, toreando. En el garaje. Como los cerebritos de la informática o las grandes bandas de rock, el toreo de un genio como Enrique Ponce se pule también en un garaje. La estampa se las trae. ¿Y cómo será el garaje? ¿Independiente o común para todos los vecinos y cuando pasen, allí estará Enrique dejándose los riñones templando un toro imaginario? Pero tiene que ser así. Ponce se lo exige a sí mismo --así lo reconoció-- porque luego se lo exigirá el toro y ese estatus suyo, el de quien agarró el sueño y ya no lo soltó. Unos lo llaman afición. Otros ser figura del toreo.
"Me siento en mi momento de mayor madurez artística --ahora habla Leandro-- y personal que, sin embargo, choca frontalmente con mi visión de la situación actual del toreo y de mi profesión, lo cual, desde tiempo atrás, me viene suponiendo un conflicto y una desazón interior llevándome a perder el nivel de ilusión plena que me exijo en base a mi interpretación del arte como torero". Son unas líneas del comunicado de Leandro en el que anunciaba su adiós de los ruedos. Es lo que pasa cuando el respeto cotiza a la baja y el cutrerio gestor de la Tauromaquia toma por el pito del sereno a cualquiera y, en cambio, le permite las mil perrerías al mandón que tiende a acomodarse. La eterna cadena de fichas de dominó derribándose unas a otras. Y seguro que Leandro también es de los que entrena en una garaje, bajo un pajar o donde se presente.
Palabra más gruesas a las de Leandro, más gruesas porque fueron dichas en una comida entre amigos y aficionados, pero con la misma intención, la misma idea y defensa de idéntico concepto e igual decepción soltó otro matador de toros que poco a poco se ha ido yendo hasta marcharse del todo. Dolido porque así no era esto y porque así no valía la pena estar. Otros están de cualquier manera. Otros no tienen más elevado su nivel de decencia. Así que, o se tapan y salen para cuando de verdad merece la pena o se van haciendo de tripas corazón. Dos hornadas de novilleros le quedan a esto, se llegó a decir en esa misma comida, mirando a los ojos a un novillero que sabe como está esto. Dos hornadas.
Y dices, claro. Leandro sin rencor pero dolido se ha marchado hasta nuevo aviso. Miras el inico de la temporada 2015 en Castellón y ves que la última década de matadores de toros de poco ha servido cuando de los tres carteles, de los anunciados todos menos supera la década de alternativa. Otra diferencia: en Francia se lidiará prácticamente toda la camada de Dolores Aguirre. En España, la corrida de mediática parece renacer o incluso más, le han abierto huecos en otro tipo de carteles. Los improvisados planes de negocio y de acción del toreo parecen claros. Dos hornadas quedan... ¿o quedaban?
Leandro en las Fallas de 2011. Cortó una oreja el 15 de marzo.
Volvamos a Leandro. De Leandro Marcos guardo el recuerdo imborrable de una noche de agosto en la plaza de toros de Valencia toreando al natural de uno en uno. Totalmente enfrontilado, echando la pata adelante exageradamente, recogiendo la embestida con los vuelos y toreando con todo. Formas, fondos, maneras y sentires que no se olvidan. Y fue en 2001. En aquel mayo había cortado una oreja. En agosto volvió y nos dejó todo ese regusto. Son cosas que ya no pasan. De 2001 a 2015 hemos perdido tanto y se ha mirado tan poco por los sueños de unos, los que demostraron ser capaces, y la ilusión de los fieles al cemento de la plaza de toros de Valencia.
Qué les vamos a contar. Pues poco más, porque por no tener no tenemos ni empresa ni mucho menos carteles para les Falles i Bous de 2015. Para rumores y demás, el twitter.
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