05 octubre 2015

llorar el toreo

Lo hizo Paco Ureña en el remate de una corrida de toros. Repito: una, inapelable, corrida de toros de Adolfo Martín, que cerraba la Feria de Otoño. Casta y emoción. Miedo. Y profundidad. El toreo con todo su significado. Rafaelillo, lo hizo.

Y en el remate, Paco Ureña lo lloró. Llorar el toreo. Entrega pura y verdadera. La volterea como para partirlo. Luego, el desgarro hondo. Vuelo al natural. El pecho por delante. Los pies juntos. Y roto. Atrás. Y el llanto. Qué manera de torear. Al natural. Ay si lo mata.

Llorar el toreo. La conmoción del arte.


El arte. Negar el arte es negar las sensaciones que provoca y esa es la mayor estupidez que puede cometer el hombre. Y lo peor es que esa estupidez se cometerá mañana mismo miles de veces más. Pero llegar hasta ahí: Entregar el alma a pies juntos, sentir el crujido del toreo y salir de ese sueño eterno que dura unos segundos llorando, y contemplarlo y llorar también. Pura emoción contagiada por el arte. Qué tristeza que luego alguien pretenda negarlo. La estupidez seguirá viva mañana mismo también.



Fotos :: Javier Arroyo



 
Foto :: Juan Pelegrín


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