15 de marzo de 2008. Toros de Jandilla para Rivera Órdoñez, El Juli y El Fandi.
Comenzó el espectáculo y Valencia, su plaza, se convirtió en un casal más donde lo único que vale es la juerga y la jarana, el baile y el cachondeo. Por eso cuando El Juli se negaba a coger los palos tenía que escuchar fuertes protestas que incluso le duraban hasta cuando se dirigía a los medios a brindar al respetable. Ver para creer. Qué memoria tiene este público valenciano, que se acuerda de cuando El Juli mal que bien, hace ya cuatro cinco años tenía por costumbre banderillear.
El público dicharachero estaba loco con El Fandi que daba largas cambiadas, ponía banderillas corriendo para atrás y al violín, luego paraba al toro por arte de birlibirloque sujetándolo por el testuz, y hacía más cosas aireando mucho el capote: navarras, chicuelinas, serpentinas.
La verdad, que con tanto atrezzo, El Fandi se quedó en bolas al tomar la muleta en su primero. Que con todo, fue bravo y tomó la segunda vara, medida, arrancándose desde más allá de los 6,25. El bajón fue tremendo, el trasteo ni tuvo orden ni concierto, y cuando sonó algún pito se fue directamente a por la espada para que no se quebrase la devoción de algún enfandilado. Matar, sí que mató: menudo espadazo.
La locura en el sexto pareció multiplicarse y le llegaron a pedir otro par, el cuarto, de banderillas, y así podría, de par en par haberse tirado horas si del personal hubiera dependido cualquier decisión. Pero desde tiempos de Pedro Romero la lidia tiene una estructura y un desarrollo que se cumple a raja tabla, y hasta El Fandi y sus apasionados se tienen que doblegar las reglas, aunque sea heterodoxamente.
Todos tenían que creer que allí abajo, en el ruedo, ocurría algo muy gordo, y hasta la banda se sumó atacando en plan charanga. Hubo de esperar el olé profundo y al unísono que no tuvo ocasión en la vorágine de muletazos de costa a costa, hasta que El Fandi citó y pegó el molinete de rodillas más veloz que uno recuerda. Luego otro, que ya no soprendió, de ahí al arrimón, otro desplante ya pegado a tablas y los tendido de sol un clamor. Con la espada, como antes: otro estocadón.
El aficionado fetén seguía los acontecimientos perfectamente camuflado, y sentía dolor por su Valencia, por su plaza, por las inclemencias falleras. Y por el concepto de fiesta del que el público quería disfrutar por encima de todo. Él no tenía otra que callar porque por más que se empeñase, su voz quedaba sumergida entre las de la marabunta que por ejemplo ponía el grito en el cielo cuando el toro quedaba en suerte para el picador.
El público de paso ve al picador y ve a un auténtico monstruo, y ve al toro y no tiene claro qué ve. Lo que de verdad le mola son las carreras, las banderillas, el capotes volando, los desplantes y que banda toque cualquier pasodoble que pueda ser acompañado con palmas.
El aficionado iba paladeando, por ejemplo, la nobleza de los de Jandilla al tiempo que sufría su escasa presencia. Su bondad o como la desaprovecharon Rivera Ordóñez en sus dos turnos o El Fandi en el tercero de la tarde. Se rasgaba las vestiduras también por la oreja generosa concedida a El Juli tras una faena de buen tono, pero discreta. Y disfrutaron de la faena al quinto de El Juli hasta que tuvo que fabricar circulares para llamar la atención del resto. A la postre seria el único que había ejecutado el toreo, parar templar y mandar. De arriba a abajo y hasta la cadera. Una serie en redondo apunto a aquella faena que le valió la Puerta Grande de Las Ventas. En Valencia, picho antes de agarrar la estocada y le dieron una oreja, que sumada al regalo del palco le abría la puerta con salida directa a la calle Xàtiva, por donde se iría con El Fandi.
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En la novillada matinal del 15 de marzo Dámaso González salió también a hombros. Con novillos de María José Barral, nobles, flojos y bien presentados, finiquitó dos buenos trasteos certeramente con los aceros, aunque el suyo no es un fino estilísmo. Alejandro Esplá se presentaba también en Valencia y se mostró tierno, pero gustoso en el toreó sobre todo al natural, y variado. Vicente Marrero, de Cullera, en su presentación, dio muestras de personalidad y de no andar para nada a la deriva. Solventó la tarde dejando grata impresión y también buen gusto. Cortó una oreja solamente del tercero. El sexto fue el garbanzo negro, tocaba fondo en el depósito de la casta.
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