17 de marzo de 2008. Toros de Las Ramblas para Enrique Ponce, El Cid y César Jiménez.
- Si la bravura y la raza, la casta, tienen, pese a quien pese, como principal unidad de medida la prueba del caballo y la puya, tengo que decir que ninguno de los toros y novillos que han saltado al ruedo de la Plaza de Toros de Valencia han sido capaces de tumbar a caballo y picador. Ni por asomó, ni romanear; antes se han derrumbado los propios toros, como es el caso de la enferma corrida, otra más estas fallas, de Las Ramblas totalmente anovillada.
- Que a Enrique Ponce le han birlado una puerta grande por la que había hecho méritos más que suficientes: construir la que ha sido la mejor faena de muleta de matador de lo que llevamos pasado de feria. Lo que pasa es que tal vez los presidentes que circulan por el palco de Valencia no tienen el mínimo criterio o es que lo que de verdad les gusta son los espectaculares pares de banderillas, los desplantes y los mantazos, y nada el toreo fundamental, el de poder y dominio, el de hacer romper a un toro a embestir cuando solía desparramar y el que se hace al natural y matarlo luego de un espadazo, que es simple y llanamente lo que ha hecho Enrique Ponce en su primera comparecencia ante su segundo toro. O tal vez, pasa que los presidentes se sientan allá arriba atemorizados por el qué dirán, y lo mismo que le negaron la puerta grande a cualquier modesto, pongamos por caso, ahora se sienten guardianes de la tumba de Pedro Romero por plantarle cara a Ponce cuando acaba de bordarlo.
- Que El Cid ha consumido sus dos comparecencias en tono discreto, sin mayor opción y con escaso compromiso, pero enormemente sobrado y capaz para cualquier otro envite con mejores mimbres, cuando decimos mejores queremos decir también más encastados.
- Y por último, que César Jiménez vio truncado excepcionalmete su idilio con Valencia, tras una faena que tuvo su mayor interés en un par de series al natural, pero que no acabó de volar, y fue solamente una oreja, y la nada absoluta en el sexto.
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