Valencia, 20 de julio de 2008. Toros del Marqués de Domecq y una de Lagunajanda (5º bis), para Víctor Manuel Blázquez, Ángel de la Rosa y José Calvo.
No es casualidad la torería que atesoran Ángel de la Rosa y José Calvo. Nunca lo fue. No es casualidad porque en su tarde de rigor en Valencia -parece que sea pecado darles más de una; en Valencia la empresa raciona la presencia de los toreros locales que por lo visto no atiende a los méritos del ruedo-, esta vez por la Feria de Julio, han vuelto a demostrar lo que tantas veces. A Ángel de la Rosa le han birlado la puerta grande. José Calvo ha bordado el toreo al natural con mayúsculas, dentro de una faena importante.
La corrida del Marqués de Domecq ha sido buena. De correcta presentación. Seria y encastada, aunque algo faltos de fuerza, fueron capaces de aguantar el tirón, excepto el quinto que fue devuelto, por uno de Lagunajanda cómodo de hechuras, pero con problemas. El sexto muy rajado. Víctor Manuel Bláquez, mal. En sus manos han caído los dos toros con mayor motor y los ha desaprovechado. Y ya son tres, porque haciendo memoria se encuentra uno de Cebada no hace mucho, que obligan a pensar en el futuro a corto plazo vestido de luces o a la empresa a buscar a otros toreros de la tierra para rifar oportunidades, porque me da que al mayor de los Bláquez ya no le quedan boletos.
Al contrario que a Calvo y De la Rosa, a quienes los contratos les deberían llover ya que tras cada una de sus (pocas) tardes el aficionado sale paladeando el excelente regusto que deja el toreo puro hecho con naturalidad.
Hay quien todavía sigue extrañándose ante la pasmosa tranquilidad de Ángel de la Rosa. De cómo abre la faena con estatuarios, se deja impresionar con una colada y seguidamente en el platillo para, templa y manda de la embestida. Sobre las dos manos igual de intenso, remantando atrás. Haciendo incluso preciosas unas giraldillas ajustadas. Y, claro, matando luego de pinchar y descabellando después porque de no ser así De la Rosa no recogería naranja en invierno.
Ese toro lo brindó al cielo, imagino que a Canina. Larga parrafada la que le echó. El quinto, sobrero, a Ricardo Ruiz. Ahí tuvo que apretar un poco más. No era toro nada claro y se hizo fuerte en las rayas, apretando tanto para fuera como hacia dentro, defendiéndose más que embistiendo. De la Rosa cumplió más que de sobra, tuvo pinceladas de torería y valor a raudales, y esta vez sí, metió la espada de primeras. Pero el de arriba, que antes le había obligado, por ejemplo, a desmonterarse para solicitar el cambio cuando el torero hacia la señal con el dedo o había cambiado un tercio banderillas con sólo dos pares a petición de un Blázquez fuera de sitio y totalmente desbordado, decidía no atender la petición del público de la misma manera que antes había intentado ignorar las protestas del respetable que le indicaban que el tituar quinto no era apto para la lidia e hizo como si no hasta que la realidad dejó a un toro sobre la arena haciendo como las cucarachas cuando quedan patas arriba. Vamos -léase irónicamente-, que el presidente era de un íntegro que lo flipas.
El otro momento grande de la tarde lo protagonizó José Calvo, que se encargó de hacer en los medios el mejor toreo al natural de la temporada en Valencia y construir una faena maciza desde el saludo de capa. Y hay que decirlo una vez más, no fue casualidad casualidad. Largo y templado el trazo encajada de forma natural el torero, ligando las suertes, cargándola. El toro, de dulce. La espada emborronó un faenón y ya el sexto sería el rajado de los seis.
Mención merece, una vez más, Domingo Navarro, que le hizo dos quites soberbios a Víctor Manuel Blázquez en banderillas, y pareó bien al segundo, y mejor al quinto, tanto que el público por poco lo hace saludar cuando todavía quedaba un par. Y también José Manuel Montoliu, que se desmonteró con Navarro en el segundo y bregó muy bien al quinto.
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