11 octubre 2009

becerrada de ilusión



Así da gusto, cuando tres novilleros sin caballos se van a hombros por la puerta de grande de una plaza como la de Valencia. Cuanto menos ilusiona y uno sale contento y feliz. ¿Qué pasará de aquí en adelante? Vete tú a saber. Pero la alegría de los novilleros Jesús Duque y Juan Cervera --de la Escuela de Valencia-- y Roberto Blanco --de la de Salamanca-- tras dar cuenta de una buena becerrada de Los Chospes compartida en forma sonrisa de oreja a oreja por muchos, por todos los que allí estaban, eso no nos lo quita nadie.

Uno intenta recordar y la foto de tres por la puerta grande en Valencia se le escapa de la (mala) memoria de uno. Se va a julio de 2005 con aquella histórica corrida de El Pilar en la que se ganaron el premio César Rincón, El Cid y El Juli, pero que en la foto faltó el colombiano porque tuvo que pasar por el hule de la enfermería; y más lejos, al también histórico 19 de marzo de 1996 con Manzanares, Ponce y Barrera.

Por eso, que tres por la puerta grande es una acontecimiento muy poco usual, y ahí está su importancia. ¿Qué fue muy generoso el triunfo? Pues tal vez. ¿Pero exagerado? No, tampoco es eso. Los tres becerristas hicieron cuanto supieron y aprovecharon en mayor o menor medida los buenos erales de Los Chospes, y cada uno dio motivos suficientes, aunque por otra parte también mostraron sus carencia. Es la lógica de la ternura.

Jesús Duque, de Requena, se destapó al natural pese a llevarse el lote con menos gracia. Su primero de Los Chospes era flojo y cuando parecía que no iba a ser tras intentarlo a diestras, se puso por el izquierdo y dio con el temple. Curioso, Duque torea mejor al natural. La pone mejor, echa mejor los vuelos y hasta se coloca --dando el medio pecho-- y compone mejor los muletazos. Levantó una faena que parecía imposible para su bajage, y hasta llegó a escuchar un aviso en el pleno climax de los circulares invertidos. Mató de pinchazo y estocada. Oreja.

Su segundo tuvo pocas gracias y ninguna entrega. Protestón y reculando, fue cosa de Duque casi todo. De nuevo la zurda dio calor a la faena y la acabó de prender metiéndose en lugares comprometidos hasta llevarse una necesaria voltereta, que con la estocada, cerraron el premio en una oreja que abría la puerta grande.

Juan Cervera, de Benifaraig, que tiene encandilada a la afición, se volvió a mostrar como novillero de trazo fino de clara impronta poncista. Sus pinceladas en forma de empacados muletazos hay veces que resultan auténticos carteles, y por eso inevitablemente gusta. Tanto gusta, que al primero le cortó una oreja tras pinchazo y al quinto dos tras meter la espada al primer viaje. Lo que le falta es el fundamento del toreo ligado y por abajo. El parar, templar y mandar. Por ahora los da de uno en uno y sin sometimiento, y alguien debería decirle, si la intención es llegar mucho más alto, que el toreo es otra cosa.

Mientras Cervera es de pinceladas, Roberto Blanco, de Salamaca, es de brocha, pero hace el toreo. De brocha porque está más tierno y tiene aristas que pulir. Apuntó en una irregular, pero decida faena que culminó de certera estocada premiada con una oreja tras petición de la segunda, y se destacó haciendo lo mejor de la tarde ante el encastado eral de Los Chospes que cerró el festejó.

Ante el más serio de los seis, Roberto Blanco, que vestía como debe vestir uno de su estatus --de burdeos descolorido y oro viejo-- no escatimó. Cuajó en redondo las mejores series de la tarde. Toreando en redondo, muy ajustado, con la mano baja y ligando series de hasta cinco y el de pecho. Pinchó, agarró un cabreo de tres pares porque pensaba que el triunfo se le iba y se tiró al segundo encuentro con total decisión y agarró la oreja que le abría a él también la puerta grande.

A ese sexto eral de Los Chospes se le premió con una incomprensible vuelta al ruedo, pero bien. Con los tres chavales a hombros, el mayoral les acompañó en la vuelta al ruedo y el conjuntode Los Chospes fue noble y permitió que la becerrada fuera de ilusión.

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