César Jalón 'Clarito'. Memorias de Clarito.
"Los valientes de la era de Joselito y Belmonte paran tanto que forjan una especie de toreo --de dudosa pero emocionante especie-- al que se califica de 'toreo de parón', como a sus lances o pases, 'parones'. La serenidad y el aguante operan el milagro torero de que son poco capaces --incapaces a veces-- los brazos: que el toro salga de la suerte, milagrosamente. Y hace ocho años vimos, en mala hora para el infelice, un Carpio abandonar a sus párvulos de que era maestro en Catarroja y clavarse como un poste en podio de los ruedos, donde era lego. Los toros bufaban junto a él como al rafe de Don Tancredo subido en su pedestal. Belmonto, que fue a verlo, no resistió en la localidad. En uno de esos cosos pequeños a los que el destino reserva con ironía las grandes tragedías de los grandes, pierde una tarde Carpio su serenidad, que ya iba flaca; la estatua tiembla y avisa de su vida. Y el toro se la siega.
Pero la apretura pasajera del maestrito sobre el pulsador del entusiasmo demostró, para quien osase de allí en adelante ceñir el terrerno y parar a la desesperada, hasta dónde ello suscitaba el frenesí de los públicos... Y ocho años después oprime el mismo timbre de alarma un Litri..."
El Cossío cita en el inventario a Antonio Carpio equivocando su segundo apellido. Dice "Arius" donde debería decir Asins, apellido muy de Catarroja donde sí ubica su nacimiento el 11 de enero de 1895. Dice que estudió la carrera Magisterio, que comenzó a ejercerla, pero que al presenciar un día una novillada en València se sintió "irresistiblemente atraído a los toros, decidiéndose a ello sin otra cosa que un valor ilimitado y un entusiasmo muy grande".
El 14 de marzo de 1915 se presentó en barcelona y alternó con Cortijano y El Andaluz en la muerte de reses de Medina Garvey. Al pasar de muleta a su primero resultó cogido, pero tumbó al novillo de un pinchazo y una estocada delantera. Saliendo a cogida por corrida, toreó bastante, ya que se ceñía temerariamente con la capa. Al estoquear entraba directamente, lleno de inconsciencia, al morrillo, sin preocuparse de bajar la mano izquierda ni de esquivar los pitones.
En Madrid no cuajó su toreo brutal e ignorante, y ante los públicos que toreaba levantaba el presentimiento de una terrible desgracia.
Y la desgracia llegó: llevaba toreadas vientiséis corridas, tenía firmadas cerca de igual número de contratas y pensaba doctorarse en Madrid para la segunda temporada de 1917. El 27 de agosto de 1916 se celebró una novillada en Astorga. El novillo que le produjo la muerte era de la ganadería de Rivas.
"Antonio Carpio --reseñó la revista Sol y Sombra-- le había toreado por verónicas apretándose de verdad, levantando al público de sus asientos por la temeridad y arrojo del diestro. Al rematar tan valiente faena con media verónica, fue alcanzado, siendo herido en la región glútea, negándose a pasar a la enfermería. Muy parado y derrochando valor empezó a muletear, dando cuatro pases buenísimos, para entrar de cerca y señalar un buen pinchazo. El novillo estaba muy reservón y adelantaba del lado derecho, y acercándose Carpio de nuevo obligó con el cuerpo y la franela a que embistiera el adversario. Al cambiar la muleta de mano se le arrancó el criminal, y cogiéndole de lleno le ocasionó la terrible cornada que le produjo la muerte. El informtunado Carpio se levantó, dispuesto, sin duda, y más valiente, a continuar; pero bien pronto cayó en brazos de las asistencias que lo condujeron a la enfermería. Los médicos procedieron a hacerle una cura de urgencia, y ordenaron el traslado del herido al hospital. En la Casa de Misericordia se agravó tanto, que después de recibir los auxilios espirituales, entregó su alma a Dios a las diez y media de la noche".
Antonio Carpio pasó fugaz y atropelladamente por las plazas. El ejemplo de Belmonte en pleno éxito le hizo creer, e hizo creer a algunos, que el caso genial del trianero podía repetirse con facilidad. La muerte de Carpio fue ejemplar en ese sentido y produjo la más viva impresión entre los aficionados.
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